Pepe, un chaval que estudia y trabaja en Quito, sacó lo que pudo de su poco tiempo libre para enseñarnos su ciudad y llevarnos a buenos restaurantes baratos. Nos dejó su habitación para que durmiéramos. Ahora ha conseguido una especie de beca de trabajo para Holanda y está pensándoselo. Esperamos verlo pronto.
Esta es su abuela, que vive en en un barrio a las afueras de Carimanga. Tiene casi ochenta años y aún hace comidas para el barrio en su ennegrecida cocina sin chimenea. Mientras guisa, los perros se comen los restos. Es tan buena que da pena. Nos pone un muslo de pollo sobre un plato de arroz blanco y luego nos abre una vieja cama para que durmamos. Su mortero es de piedra sobre piedra, igualito que los que usaban en el Neolítico. Tiene guineos, café y ovejas, pero vive pobremente. Está contenta porque le han puesto un retrete en la calle y un grifo del que sale agua.
Sabemos que acaban de ponerle uno de los primeros teléfonos del barrio. Mal asunto, irá todo el mundo a gorronearle.
Lauro Rodrigo tiene un hijo, casado con una polaca, en Madrid y una casa en Loja. Nos cuenta las comidas típicas y buenas de por aquí y los restaurantes donde mejor las preparan: el chancho a la barbosa, los tamales con ají verde en El Tamal Lojano, el chivo al hueco (enterrado) en El Sapotillo (Juan José Peña). Nos invita a una bola verde de guineo deliciosa con café en El Tamal Lojano y nos da una carta para su hijo. Es demasiado presumido, nos dice que tiene siete carreras y me hace dibujarlo en un papel suelto y me pide permiso para firmarlo ¡como si lo hubiera hecho él mismo! Nos invita a su casa, pero este hombre es demasiado para nuestro gusto.
Brian, Tatiana, Juli y Lionela son cuatro chavales/as de Amalusa que se dejan dibujar a gusto en la plaza mientras esperamos que venga Antonio a recogernos. Aguantan para ver si cae algún dólar y nos recomiendan una casa de comidas y una subidita al Guambo, el pico que hay detrás de ellos.
Maira y Joana son las hijas de Juan con su segunda mujer. Alucinan con nosotros y nos miran como si fuéramos extraterrestres. Tienen una casa a medio construir encima de una montaña llena de árboles de Tundirama. Desde allí, las estrellas parece que pudiesen tocarse. Son dulces, se despiden cariñosamente de nosotros, a la mañana siguiente, vestidas con su uniforme del cole. Ha dormido toda la familia junta en una habitación (padres, hijos y abuelos), para que nosotros durmamos en la otra.
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