domingo, 9 de agosto de 2020

recuerdos de chiloé


Nací en la costa oriental de la Isla Grande de Chiloé… La vida de esta región está regulada por el flujo y reflujo oceánico que viene desde los cuernos de la luna y de lo que habrá más allá de los astros. Llueve allá de mil formas, con cerrazones bramando huracanadas, copiosos llantos celestiales que traspasan el corazón de los vivos en comunicación con sus muertos que reposan bajo los cementerios de conchabes.




Mi infancia lejana se desarrolló entre dos islas del archipiélago de Chiloé, en la costa oriental de la isla grande y frente a la de Caucahué, que en huilliche quiere decir ‘lugar de grandes gaviotas’. Entre las dos islas pasa el canal de Caucahué, formando un ángulo obtuso, en cuyo vértice está el puerto de Quemchi, que tenía poco más de quinientos habitantes cuando yo nací.




Al oriente del varadero, en “la tierra de la punta”, en una casa construida por pilotes de madera alquitranados, mi madre, Humiliana Cárdenas Vera, campesina de Huite, hija de Feliciano Cárdenas y de Carmen Vera, me dio a luz a las cinco y media de la mañana… Mi padre, Juan Agustín Coloane Muñoz, andaba navegando de capitán de barco de cabotaje…
En la casa había una especie de puente de tablones para ir del comedor a la cocina. En la alta marea, el oleaje llegaba hasta debajo del dormitorio y así no demoré mucho en pasar del rumor de sus aguas al de las aguas del mar. Hasta hoy me acompañan el flujo y el reflujo de esas mareas y sangres. La voz de mi madre y el rumor del mar arrullaron mi infancia. Los sigo amando y temiendo. De madrugada ella me gritaba: ‘Panchito, arriba, está listo el bote’. Y yo me levantaba a regañadientes para tomar desayuno y embarcarme en un bote de color plomo, de cuatro bogas, hecho de tablas de ciprés y cuadernas de cachiguas, que nos llevaba al alto del estero de Tubildad. Allí teníamos siembras de trigo, papas, linaza y legumbres, y nuestros animales: algunos cientos de ovejas y cientos de vacunos…




Hay veces en que despierto al borde de un abismo donde termina el mar de mi infancia; pero siempre encuentro a alguien a mi lado. O una música lejana que viene de mis islas, traída por el tamborileo de la lluvia sobre los techos del viento. Bajo esas aguas del tiempo y en el fondo de mí mismo, no veo otra cosa que un hombre, una mujer y un niño, jugando con un bote a orillas de nuestro mar interior chilote, al cual le han puesto un mástil y un timón, esperando un soplo en la vela, para hacerse a la mar entre las islas.






El texto está recogido del libro El Chiloé del niño de Francisco Coloane Cárdenas (1910-2002), prolífico novelista chileno narrador de aventuras, Premio Nacional de Literatura. El más conocido y editado en Europa. 

Los dibujos son de mi cuaderno de viaje al sur de Chile. Concretamente de Chonchi, las iglesias de Vilupulli, Huillingo, Cucao, Chanquín, palafitos de Castro, la catedral amarilla de Castro y la iglesia de Nergón, y, abajo del todo, Dalcahue. La mayoría en la Isla Grande de Chiloé, en febrero y marzo de 2015.

2 comentarios:

  1. Que saudades de Chiloé. Também andei por todas as ilhas a desenhar aquelas igrejas.

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    1. Nunca olvidaré que el dependiente de una ferretería nos dejó su coche para recorrer la isla, y que cuando se lo devolvimos solo nos preguntó que dónde se lo habíamos aparcado. Y nos dejó ir sin siquiera mirarlo.

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