Pasamos el día entre risas en un viejo piso compartido por muchachas alegres sin mucho que hacer y en pijama y blusones arrugados. Yo soy un joven resultón que cuenta historietas. Ellas revolotean descalzas por el viejo sofá enseñando sus piernas. Sus pechos se adivinan en los huecos que dejan los botones. A mi lado hay un chaval alto y delgado, con el pelo muy rizado, que se gana la vida haciendo chapuzas.
- Tú, que eres tan mañoso, le digo apoyando mi mano sobre un hombro, podías arreglarme la cerradura de la puerta de entrada de un piso que tengo por aquí. No puedo cerrarla y el día menos pensado me entran.
- ¿Un piso por aquí? Me pregunta una de ellas, morena y regordita. ¿Lo tienes en alquiler?
- No, lo tengo vacío, para huir. Nadie sabe de su existencia, ni siquiera mis padres. A veces me siento acorralado y necesito un sitio donde esconderme. Venga, vamos, está aquí al lado, en la plaza de Santa María de la Cabeza.
Las chicas se van al baño a arreglarse los pelos. Se divierten con el agua. El mañoso se pone a meter baza, el agua salpica, las chicas corren. Veo a Blasi entre las que corren sin dejar de reir. Tiene el pelo largo, muy rubio y liso, y lleva puesto un pijama verde azulado de mangas y pantalones cortos y el cuello de pico. La piel muy blanca. Nos miramos como a una qparición.
La entrada del edificio es un pasillo lleno de pequeñas tiendas y una comisaría. Hay cola en la puerta del ascensor. Un chaval me pregunta si los maderos controlan a la gente que sube.
- Nada, no te preocupes, le digo con un sentimiento de cooperador necesario para delinquir, pero, eso sí, enrollado.
Nos vamos al otro ascensor que está más libre. Sube al bloque de oficinas, pero está comunicado con las viviendas de al lado. El cubículo es una vieja caja de formica rojiza con unos botones del año catapún. Las puertas se abren plegándose haciendo un ruido como de escape de aire comprimido. Nos miramos al salir, dudando de la seguridad que pueda ofrecer.
Abro la puerta con llave mientras les comento que tiene otra entrada y es la otra la rota. Es un piso viejo, vacío, pintado de blanco. Todo está lleno de cuadros al óleo apoyados en las paredes y huele a trementina.
- Pero ¿tú pintas? Me pregunta el mañoso abriendo más que nunca sus ojos.
- ¿Te gustan? Le pregunto moviendo la cabeza orgulloso como los indios de la India. Te regalaré uno. No, mejor, te haré un retrato.
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