por ese absurdo,
dame un jardín
para mi vejez.
Para mi vejez,
para mi miseria:
días de trabajo,
días de sudor...
Para mi vejez,
mis días de perro,
mis años ardientes,
un fresco jardín.
Para quien huye,
dame un jardín,
sin cara,
sin alma.
Jardín sin pasos.
Jardín sin unos ojos.
Jardín sin risas.
Jardín sin un ruido.
Dame un jardín
sin un silbido,
sin un grito,
sin un alma.
Dime: -No sufras ya, toma
ese jardín, solo como tú.
(Pero tú no entres en él.)
Toma ese jardín, solo como yo.
Para mi vejez ese jardín.
¿Ese jardín o quizás el más allá?
Dámelo para la vejez,
para que mi alma quede absuelta.
Marina Tsvetáieva, 1 de octubre de 1934
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