La luz empieza a entrar en la furgoneta. Los viejos alcornoques desnudos y numerados. Hace fresco. Las puntas de las piedras empiezan a encenderse. Hace unos 8000 años, el hombre blanco ya había decidido dejar de vagar por el mundo y dedicarse a la rutina de la agricultura y de mirar al cielo. Alguno de ellos vio esto mismo o quizás las piedras se mantenían limpias. Ya existía el sopor rutinario del mantenimiento. Mantener, mantener, el principio de la esclavitud.
Hoy los guiris de gorros de lana peruana ya se subieron al altar y mueven una caña llena de conchas ¿quién necesita trascender si no aquel para quien la vida no es suficiente, aquel que pensó que hay algo mejor preparado para él? Las piedras empiezan a alargar sus sombras al Oeste como empezar la cuenta atrás de relojes de arena de un día. Asistimos boquiabiertos. La impresión es la de un coro de hombres fuertes, dioses eternos, poniéndose en pié. La diagonal larga del óvalo de piedras está alineada con el sol y un menhir cercano, que visitamos en la Heredade dos Almendres.
Paramos en el Conventinho de Bon Jesus da Mitra, que fuera de capuchinos, del XVI, con claustro y huerto-jardín conocido como Jardín de Jericó. Llamamos y la señora de la limpieza nos enseña el pequeño patio-claustro. Luego más arroz y más cigüeñas, y Alcáçer do Sal, un pueblo al río Sado, donde están urbanizando el paseo fluvial. Su inmediata paralela es la calle más animada, peatonal y ahora adornada por las fiestas de Solsticio, de San Antonio a San Juan. Hay guirnaldas sardinas de colores y parejas de danzantes recortadas en cartón, también pájaros y macetas. Es en esta calle donde sacan los vecinos sus pequeñas barbacoas y llenan el pueblo de olor a sardinas. En el río descansan barcas de madera con el mástil plegado horizontalmente. En la plaza, una estatua de Pedro Nunes tiene la bolilla del mundo en la mano. Atravesamos el río, en el puente dibujo las vistas, arriba el castillo.
Salimos por el puente de hierro pintado de verde. Paramos frente al mercado de Santiago do Caçém, donde nos comemos un rico arroz con calamares y unas sardinhas con un vino verde de aguja insulso. La crisis ha inventado el menú de un plato sin pan ni bebida, ni postre incluidos; hasta el medio plato por tres euros. Me fumo un Dunhill junto a un galao (café con leche en vaso) a la salud de los portugueses, que mantienen los comedores para fumadores.
Pasadas las enormes chimeneas humeantes de Sines, llegamos por la carretera de la costa a Porto Covo. En los años ochenta esto era un pueblo pequeño de pescadores un poco olvidado por las playas de Vilanova de Milfontes. Solíamos venir en Noviembre y pasar unos días en sus playas entre acantilados. Ahora venció la grúa urbanizadora y sigue siendo un pueblo pequeño pero con un montón de casas, supongo que de gente de Sines, Setúbal o Lisboa. Las cosas que nos gustaban ya no existen. Las casitas de madera de los trastos de los pescadores es ahora una urbanización de adosados y la escalera de madera con la terraza ha desaparecido. Ni me atrevo a entrar al bar donde había una foto en que yo dibujaba en un cuaderno y comíamos guisos de patatas con pescado. Al menos quedan las dunas, los acantilados y las playas escondidas. Pasamos el resto de la tarde en Playa Grande. Luego nos duchamos, cenamos y dormimos en el camping.
Kms acmdos 640. Gastos acmdos 59,10 euros dos personas.
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