martes, 18 de junio de 2013

camino de peniche








Despertamos en la avenida de Luiza Todi. En el bulevar están poniendo puestos de trastos viejos. Hace un día extraordinario, desayunamos en la terraza del bar de enfrente dos galaos y un bizcocho. Después visitamos el Mercado do Libramento, en un precioso edificio modernista pintado de rosa. El interior es diáfano, limpio como todo Portugal, austero, con columnas de hormigón que sujetan una estructura férrea. Disfrutamos de la vista de frutas, hortalizas y pescados fresquísimos. Voy apuntando sus nombres: feijao, melao, passego, morango, damasco, milho, melamia, amora, sapateiga, polvo, lulas... Al fondo hay un mural de azulejos honrando el trabajo previo al mercado: la vendimia, la pesca, la cosecha...

Paseamos por los puestos del bulevar, que son como los de las callecitas periféricas del Rastro. Les extraña que alguien pueda coleccionar chapas, a las que ellos llaman caricas. Veo una bici antigua en buen estado con sus piezas originales, me conformo con dibujarla. Lo hermoso de pasear por las ciudades portuguesas es su respeto por el pasado. Pueden verse tiendas preciosas con rótulos en relieve, cafés con el mobiliario original, suelos sugerentes y, sobre todo, árboles muy antiguos plantados por anteriores generaciones.

¿La Iglesia de Jesús?¿Por qué la Iglesia de Jesús? La gente viene a ver la Sé, la de Santa María de la Gracia, se empeña el abuelo levantando el pulgar contento. Finalmente conseguimos nuestro objetivo en una horrible plaza donde han hecho desaparecer los árboles y la llenaron de adoquines. Está cerrada.
La última vez que la vimos llovía tanto que parecía emerger de un lago.

Desde el castelo de Palmela, todo Portugal está lleno de castillos en muy buen estado pese al famoso terremoto de Lisboa de 1755, hay una hermosa panorámica de Setúbal y alrededores, Punta Troia y el camino que traemos. Con su iglesia del siglo XII sí pudo el terremoto. En la de Santiago aparece el barbado santo en su caballo, con una bandera en una mano y una espada en la otra, pisoteando moros.
En Torres Vedras vemos su museo municipal, alrededor de un claustro, dedicado a las defensas en la guerra contra Napoleón. Nos llama la atención su sistema de comunicación con una maquinaria de cuerdas y poleas que subían y bajaban balones. Las distintas combinaciones marcaban una cifra que significaba una palabra clave.

Finalmente llegamos a Peniche, en un brazo que se interna en el mar. Tomamos unas cervezas en la Praia de Medâo, detrás de unas dunas melenudas que nos libran del fuerte viento del norte. Las del otro lado, Cima y Gamboa, son mucho más bonitas, con dunas más altas que dibujo, pero el fuerte viento frontal solo las hace aptas para surfistas. Visitamos el pueblo amurallado y su puerto almenado construído sobre columnas de rocas a punto de perder el equilibrio, como si las fichas de las damas comidas de un contrincante gigante fueran a caer. Allí cenamos una rica caldeirada llena de peces, gambas, judías verdes, patatas, pimentón, cebolla y cilantro. Los árboles del camping parecen banderas del viento que debe hacer por aquí, como en Menorca. El suelo es de arena. Colocamos la furgo junto a un árbol y luego dormimos en la gloria.

Kms acmdos 900. Gastos acmdos 182,43 euros. Media 45,60 euros diarios dos personas.

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