viernes, 24 de agosto de 2012

qualicum river


Ladysmith tiene una calle principal como las de las películas de vaqueros y pistoleros, edificios pioneros de principios de siglo. Parksville tiene una gran bahía con playa de arena. Resulta difícil llegar, pues todo parece propiedad privada.

Camino a Port Alberni, el campo está lleno de antiguas granjas con casas de madera. Paro en una muy grande que tiene hierba en el tejado, donde comen las cabras, que tiene súper. Me aprieto un trozo de jamón cocido adobado que está muy rico y una trucha ahumada que paqué, con Sarsaparrilla Sioux City, que tira para atrás con su fuerte sabor a gengibre. Venden cabezas de cerámica y esculturas y trastos de hierro forjado y latón, con un gusto especial por lo natural, por las raíces.

Esto es The Little Qualicum Falls Park, y creo que es el sitio para quedarse a disfrutar. Es rebonito y se está muy rebien. No hay ducha, pero tenemos río. Tengo mi fuego, mi mesa de madera y agua potable. Ahora estoy en el río. El agua es transparente. Un poco más abajo de los rápidos el agua se embalsa y está lleno de bañistas domingueros.

Recorro el río al otro lado del puente, por un camino precioso bajo el bosque. El río Qualicum lleno de rápidos y pozas. Después dos grandes cascadas y gente atrevida que se tira a la laguna donde el agua cae. Las mujeres son gorditas y rubias, musculosas, tienen el pelo corto y dos hijos rubios. Ellas hacen trabajos de fuerza, conducen camiones, trabajan en las obras de la carretera, montan en bicicleta y pasean por el campo, y por la noche beben cerveza en el bar. Los chavales saltan donde sean y no paran de gritar ¡oh Dios, un cocodrilo! Por otro puente paso a la otra orilla y encuentro una pequeña playa donde da el sol. Me interesa. Baño y sol, mientras escribo:
Me gustan los canadienses porque no son hipócritas. Enfocan sus actos en vivir mejor, en hacer lo que les apetece. Dejan a los niños divertirse, sin tanto reproche, los abuelos se bañan (cosa imposible de ver en aquellos lares, donde los viejos se esconden), visten cómodamente (sin corbatas ni trajes) y llevan tatuajes y pendientes (sea cual sea su cargo). Hay un poso de filosofía india en los canadienses de hoy.

Paso por la orilla del inmenso Lago Cameron. La gente rema en sus canoas o se baña en sus playas. Me adentro en el bosque de Abetos Douglas ancianos, gordos y enórmeles. Esto es Cathedral Grove. Abetos de casi mil años, con más de 70 metros de alto y 9 de perímetro, que los indios amaron y cuidaron y ahora están desprotegidos. Me hago una foto al lado de unas raíces levantadas, del tamaño de una casilla. También hay inmensos cedros rojos que los indios usaron como lugar sagrado y marcaron sus cortezas.

En Port Alberni compro un chuletón de buey para la cena. Las calles llenas de indios. 
Vuelvo congelatis. Hago una lumbre de impresión y me caliento mientras se hacen las brasas. Pondría la camita aquí mismo. Con la luz de la lumbre, me como el chuletón. Aquí se está bien, a gusto. Un vecino se echa un buche de brandy conmigo, nervioso, mirando a todas partes, de un trago. Después, saca un espray, se rocía la boca y sale corriendo. Debe estar pensando en su señora. De nada.

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