Ana y Beni se van al aeropuerto. Cojo mi mochila y me voy paseando al Royal Hotel, un hotel austero con servicios comunes, cuatro por planta, pero con tele y lavabo en la habitación. Un edificio antiguo con el suelo de moqueta, como los ingleses pero sin tanto olor. Un sillón con los muelles jodidos y el espejo es la puerta de un pequeño armario donde, en las pelis, pasan cosas. Me doy una ducha y me afeito. Me quedo nuevo.
The Station tiene un hall inmenso para todos los transportes. Un edificio de ladrillo visto de principios de siglo, en la punta occidental de Granville. Aquí se pueden comprar los boletos de bus para 90 minutos o un día completo por 1,50 o 6 dólares. En la calle Water empieza la zona antigua, con un aspecto más europeo y tiendas caras. Galerías de arte, restaurantes, una impresionante tienda de juegos (the games people), músicos callejeros. Todo ha cambiado. Han desaparecido los pubs, los sex shops homo, los travestis, los bares de country y jazz, del principio de Granville. Alguien juega partidas de ajedrez simultáneas, a las que, quien quiera, puede añadirse, en la acera de adoquines rojos de Water St. Otro menda toca esa porra de madera que suena como un sintetizador. Farolas de hierro forjado con globos luminosos. Colas en bares y discotecas. En Carral St. aparece el hombre subido al tonel de Whisky Gassy Jack. Una tienda de puros habanos, exclusivamente, con una foto del Fidel revolucionario. El cristal de una joyería hecho añicos. Un grupo de chicas con aspecto latino y asiático pasean en sujetador negro. Hombres con alas, indios que vuelan. Demasiado turístico. Demasiado show. Frente al Hotel Vancouver, paso al fresco de una pequeña iglesia anglicana de piedra y madera con tejado de pizarra sobre su planta de cruz. Descanso.
En Littera Scripta Manet, librería de enormes dimensiones, me siento en un sofá y miro algunas revistas y periódicos. En Virgin, aún abierto, oigo con los cascos la lista de los más vendidos. Doy una vuelta por Robson. Mogollón de gente joven. Latinas reprietas. Música en los coches. Follón, voces, un golpe en la esquina. Papeleras llenas de toda la basura de plástico que generan los Starbucks Coffe, que van de ecologistas y enrollados. A los bajos del Hotel Sutton Place quiere pasar toda esa cola de rubias blanquitas de nariz respingona para ver a algún famoso. Los gorilas las aplacan y ellas chillan y se desesperan.
De vuelta al hotel, y ya cerca, veo una librería de usados con libros en español y algunos números de Bola 8, de Clowes. Desde la ventana veo la cola del Uptown Tavern, en los bajos del Hotel Dakota, sintiéndome como un detective de baja estofa en una peli con poco presupuesto.
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