jueves, 2 de agosto de 2012

toronto y una fiesta en las islas del lago ontario



















El metro de la ciudad sólo tiene tres líneas: la amarilla, con dos ramales verticales que parten de Union, la verde, que las cruza horizontalmente y la azul, una ampliación de la verde. Lo cogemos en Union Station y subimos por el ramal de la derecha de la línea amarilla. Los vagones son bonitos, de aluminio ondulado sin pintar, con un ancho mayor que los de Madrid y asientos forrados de terciopelo, con un aspecto de los cincuenta. Bajamos en Bloor y recorremos esta calle comercial hasta el Royal Ontario Museum. Coqueto y parco, con muy pocas cosas de indígenas y dinosaurios. Una expo interesante de diseño aplicado, con un cuaderno de Leonardo que se lee al revés, un librito de William  Morris, muebles decó y bauhaus, carteles publicitarios, Hockney ante un fantasma, vestidos de plástico y, lo que para mí es lo más interesante, los grandes totems en los huecos de las escaleras y el arte japonés (cinco generaciones de japoneses en Toronto). En la tienda encuentro un cuaderno para el viaje.

Bajamos Queen's Park, el parque del centro de la ciudad, y paseamos por las tiendas de Chinatown, la galería del Sheraton, la inmensa Torre CN y el estadio descapotable de Los Argonautas, los blue boys de baseball (o beisbol).

Por la tarde vamos a un festival caribeño que se celebra en la Isla Olympic, en el lago, justo enfrente del hotel. Gastronomía, arte, danza y música. Salsa, reggae y calypso. Cruzamos en un barco cargadísimo. Oímos pasodobles mezclados con hip-hop y reggae. Comemos algo en el territorio del alcohol, mientras vemos los rascacielos de la ciudad al otro lado del agua. Hay gente que se divierte de todas las razas, de todos los colores. Las banderas saltan con la música. Jamaica, Etiopía, Liberia, Haití,... Olympic es una pequeña isla circular de un grupo, unidas por puentes. Damos una vuelta. Todo es apacible y tranquilo.

En la cola de vuelta hay muchas risas. Se sacan botellas de whisky escondidas. El barco se llena. El techo está plagado de chalecos salvavidas naranjas. Cedo mi sitio a un chicano que lleva una niña preciosa en brazos. Con sus deditos señala los enormes rascacielos y la gran torre que, justo ahora, se ha encendido para nosotros. Se duplican en el agua de forma inversa, dejándonos pasmados.

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