jueves, 23 de agosto de 2012

duncan y cowichan


El nombre de Canadá dicen que viene de la traducción francesa de la expresión india aprendida de los españoles que, ignorantes, decidieron que aquí no había nada, acá nada dijeron (esto fue mucho antes de la fiebre del oro, mucho oro podía entonces leerse en castellano). Una historia rocambolesca difícil de creer. Pero peor es lo de can a day. Aquí no pueden inventarse un origen latino o árabe. Kan-hadá por ejemplo.

El sol recrea sus maravillas sobre mí, y me acerca, como chamán, unas cookies bañadas en leche. Le echo aceite sintético a la moto y acaba con el parpadeo de esa molesta luz. Bajo a Duncan y cojo la desviación al Lago Cowichan, y luego sigo hasta Mesachie Lake. Paro en un muelle de madera libre al público. No hay nadie. Pongo la máquina de fotos al sol (maldita niebla) y dibujo este trozo de lago preparado para el baño. Me empeloto y me tiro al lago mágico rodeado que los indios llenaran de totems cada vez más geométricos pintados de rojos, blancos y negros y, alguna vez, azul cielo. Siento una gran paz y gloria bendita tumbado sobre la madera. Aguanto hasta que llega una excursión de bicicletas, y me piro. Rodeo el lago y entro por un camino que se interna en el bosque oscuro y silencioso de cedros rojos (tuyas gigantes) hasta las Skutz Falls. En su orilla, con su estruendoso sonido, me pongo a comer.

Sigo los rápidos del río Cowichan, cargado de truchas arco iris, marrones y costeras asesinas. Desde el puente de madera del guardia forestal, puedo ver una perspectiva más amplia y a los pescadores de truchas. Más adelante el Marie Canyon y detrás el camping, al que no llego por visitar la catedral de cristal de Duncan. Las granjas del camino venden sus productos directamente. Hay carteles con huevos pintados a dos dólares.

Duncan es una ciudad de casitas pequeñas de una planta, muy extensa y con un centro coqueto para atraer turistas. La antigua estación de ferrocarril se ha convertido en museo. Hay totems por todas partes, que hacen los actuales descendientes de los indios. Totems de Hunderbirds and Angels. Duncan, the city of totems, reza un cartel. Aparco la moto y me doy una vuelta. Libros a un dólar.
Abro la carcasa del cuentakilómetros de la moto y lo dejo en 600 kilómetros menos para tirar millas sin preocupación. Lleno el depósito y la bolsa de gasofa. Mañana me gustaría llegar al camping de Fort Alberni (arriba del todo del mapa).

1 comentario:

  1. La paisaje y los dibujos de la ruta son muy buenos y invitan a tener ganas hacer el mismo trayecto que tú has hecho.

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