Soy el patito feo de la carretera. Estorbo a estos grandes camiones y pickups 4x4. Desearían que circulase por el andén porque con tanta curva hay mucha línea continua. Pesadísimos esos camiones largos llenos de troncos atados a la plataforma de las ruedas. Y resulto ridículo para las motos que ellos usan, ninguna de baja cilindrada, todas tipo goldwing. Mi Yamaha llama la atención, preguntan por ella. Es alquilada, les digo. Su vehículo es el pickup. Potente, rural y multiusos, se puede cerrar la parte trasera para usarlo de furgón. O les enganchan unas roulottes adaptadas para hacer camping, que es una de las aficiones favoritas de los canadienses.
Paro en un lago rodeado de casas, cada una con su muelle de madera. Hay un pequeño parque comunal con una playa pequeña donde los niños juegan en el agua. Me baño y miro cómo se divierten haciendo piruetas, riendo, chapoteando, como los de los cuadros de Sorolla.
Llevo cuatro horas de puta moto, hasta que he dado con el camping. He perdido el hacha por el camino. Estoy cansado. Me doy una ducha. Lavo los pantalones que me quedan, fui tirando todos. Me relajo delante de la lumbre, lavadito y afeitado, en un bosque ya cercano a la península. En las brasas pongo el beicon. Mi vecino lee el periódico nervioso con la luz de gas. Hoy puse la tienda bajo los árboles y el suelo no es tan duro.
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