lunes, 6 de agosto de 2012

artravesando canadá: de los grandes lagos a las praderas


Anoche cenamos de maravilla, en Cogama (700 habitantes), tierra de alces y de osos. Beni se comió un consomé y solomillo de buey con arroz. Ana y yo un hojaldre de salmón y patatas. Son las seis de la mañana. Los lagos tienen un aspecto fantasmagórico con esas nubes de vapor que salen de ellos y las siluetas de los abetos cansados, viejos, despeluchados. Los bosques ya no son tan verdes. Ya no se ven esos abedules gigantes cuyos troncos relucían como huesos. Empezamos con arces y pinos, millones. En Sudbury todo se apagó. Apareció un extraño paisaje quemado de lomas peladas con grandes piedras. Ahora, abetos.

Me doy una larga ducha. En una bolsita hay champú, suavizante, gel, crema de dientes y cepillo. Cuando me seco ya estamos en Collins y una hora más temprano al pasar a Armstrong, a orillas de lago Nipigon, pues entre medias de los astronautas debe haber algún meridiano que separe las horas. No muy lejos de Sioux Lookout (3.100 hab.), nuestra próxima parada.
Mientras las mujeres duermen, me voy a desayunar. Café con leche, zumo, dos huevos mirando al cielo, panceta y cebolla,  y dos tostadas. En la ventana aparecen unos lagos tranquilos con islas pequeñas cuajadas de árboles. Desde este vagón, el de cola, veo la vía que vamos dejando.
En Sioux Lookout, un grupo de indios desdentados, muy deteriorados, toman el sol. El lago Seul. Hudson (500 hab.), hidroaviones y una serrería enorme echando humo. Miles y miles de troncos pelados, y miles y miles de tablones, montones de serrín y trenes cargando a la orilla de este inmenso lago.

El tren pita. Sigue esta línea inaugurada en el siglo XIX, sin tendido eléctrico, con gas propano. En Lake of the Woods nos pasan al segundo turno de comida. Todo es muy bonito, pero tan igual que me apetece llegar a Winnipeg. Tenemos una hora para dar una vuelta y respirar aire sin acondicionar.

En Reddit, un pueblo precioso a la orilla de un lago, el tren deja a tres abuelillos elegantes. El paisaje se hace más abrupto y rocoso. Empezamos a atravesar túneles. Los lagos tienen más relieve. Atravesamos el río Winnipeg por un puente metálico. Paramos en Winnipeg City (que los indios llamaron winni-nipi y ahora pronuncian guannapá, 618.500 hab. mezcla de escoceses, irlandeses, ingleses, franceses, métis, ameridienses... hasta cincuenta grupos étnicos). Cuarenta y cinco minutos para pasear desde una bonita estación de 1911, diseñada por el mismo arquitecto de la famosa Gran Estación Central de Nueva York.

Paseamos por Broadway St. hasta el Memorial Park, donde está el Congreso, pasando por Fort Garry Hotel. Es una ciudad limpia y tranquila. Todo muy colocadito. Cortezas en los jardines y césped en las aceras. Hay una emisora de radio cachonda en la que está prohibido hablar en inglés. En el suburbio de San Bonifacio hay una gran población francesa-parlante. Guerra al idioma único.

Estamos en Manitoba, la región de las grandes praderas. Grandes casas rodeadas de árboles entre el verde, con esa luz de domingo por la tarde que me recuerda mi infancia, con olor a alfalfa recién cortada y el agua corriendo por las regueras. La gente saluda feliz desde las bicicletas y los coches, desde los porches de las casas. Welcome to Rivers. Vamos hacia el sol que se pone. Los colores se hacen fuertes. Brillan los charcos y los arroyuelos junto a las siluetas de las colinas, grupos de árboles y esos enormes silos.




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