martes, 21 de agosto de 2012

bosque, niebla y medio litro de cerveza


Paso la noche un poco mal entre el frío, la fuerza de las olas sobre los cantos y, al amanecer, los cuervos. A las seis de la mañana, se pone a cantar un gallo. Sueño que mi madre va de luto y está desconocidamente joven. Lleva un maletón. Maru y Ana entretienen a Upe para que no rompa a llorar. ¡He llegado a casa justo cuando mi madre se va a vivir a Puerto Rico! ¿Qué está pasando? En plena desazón alguien me pasa un bebé. Atiendo a los amigos que han venido a verme con la niña en brazos. Me llevan a una habitación oscura para poder hablar.

Recorro las piedras. Los niños buscan cangrejos. Paseo sobre ellas, verdosas de ova. Me escurro y pongo una mano instintivamente. Un dedo se me dobla por la mitad y duele mucho. Veo que no está roto, sólo fuera de su sitio. Me doy un tirón y me lo coloco más o menos en su sitio, con un dolor intenso. Está muy hinchado pero puedo doblarlo un poco. Parece que funciona. Olvidarse del asunto para no arruinar esta dicha.
En la desembocadura del Sombrío, un pájaro del tamaño de una codorniz, azul brillante y con la cabeza negra rematada con una cresta, se posa en las piedras y canta imitando a la godorna. Un perro ladra a los leones de mar, que emiten un sonido muy fuerte desde las rocas del mar. Las ardillas, aquí sin rallas, parecen estornudar silbando. Está en el territorio del oso negro, reza un cartel con dibujos de las huellas.

Un alto en el camino. Llevo varios kilómetros y el bosque me empieza a agobiar. No veo el mar y esto es demasiado espeso y húmedo. Los árboles son tan gruesos y tan grandes que me veo insignificante. No paro de sudar. No hay nadie. Estoy sentado en un puente de madera. Este claro me da un respiro. Oigo las pequeñas cascadas que el agua hace al saltar las piedras. Esto son hayas. Todo está cubierto de moho. Saco el queso y una tostada.
A la vuelta, la niebla se está haciendo con el campamento, una nube lechosa que va borrando los abetos. Choco con un tronco y cae la corteza. Todo un imperio de insectos queda al descubierto, con miles de esclavos que curran a un ritmo frenético alrededor de un extravagante ciempiés.

Al llegar al campamento alguien me habla. Contesto en francés. Piensa que el sol levantará la niebla. Preparo la lumbre. El dedo está muy hinchado, pero ya apenas si duele. Quizás me ponga una venda con dos palos, como hacen en las películas.

Recorro Port Renfrew, antiguo Puerto de San Juan,en la Ruta de la Costa Oeste de Isla Vancouver, construida para salvar náufragos, demasiado corrientes en este estrecho. El paseo del puerto es de madera. Entro a un bar lleno de parroquianos con gorras negras de visera muy gastadas. Todos beben cerveza y ven un partido de baseball en la tele. El billar está vacío. Le pido una Cokanee a la jefa. Me pone una jarra de medio litro. Salgo a la terraza. Los curritos se lían los cigarros y se ríen tosiendo. Tienen barro hasta las cencerretas, los pantalones rotos, la cazadora devorada. El viento mueve abetos y chopos. El ambiente es denso. El último buche y me voy.

Me acerco con la moto a Botany Bay, esencialmente una lucha sin cuartel entre pizarra y agua. Bonitas formaciones rocosas de pizarra negra en capas horizontales y redondeadas por el agua. Playas de millones de chinas negras redondeadas. El tiempo lo ha hecho hermoso. Y más verlo ahora a contraluz, donde las pizarras húmedas brillan. Sobre las rocas de algunas islas han crecido abetos, dando al conjunto un aspecto fantasmagórico. La cámara se jodió con la niebla y no puedo hacer fotos. Hago un dibujo.

Vuelvo al campamento. Hago un fuego y me siento en un tronco desbarbado. Hago un chuletón y me lo como mientras oscurece. Bebo brandy en esta atmósfera de sueño hasta que me siento abrazado y mojado por este húmedo hechizo. Uno se siente llevado por el poder tan fuerte que la naturaleza muestra de forma tan tremenda (y parece adivinar la magia que rodeaba al hombre primitivo). Ella abre la cremallera de la tienda y me abraza hasta que irremediablemente me duermo.


En la segunda doble página intenté captar la atmósfera mágica de Sombrío Beach al atardecer, donde tuve mi campamento. Pudiera parecer que estaba demasiado infuído por el brandy, pero he localizado dos fotos que, de alguna manera, la captan. Es posible que los fotógrafos fueran también amigos de tan hipnótico licor. 
Alucino con el parecido al paisaje del dibujo.

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