Mientras Beni duerme, el sol empieza a levantarse de la línea del agua. Naranja, rojizo, luchando entre las nubes. Bajo a comprar café y desayuno en la terraza ante el espectáculo y luego abro las ventanas para que Beni lo disfrute. Cojo los tubos de color y pinto, groso modo. las vistas hacia el puerto.
Después de sendas magdalenas, caminamos hacia la bahía y playa de los Genoveses por el sendero del molino de viento. Tropezamos con mogollón de piedras volcánicas y, desde arriba de un alto cerro, pinto la larga playa. Paseamos mirando conchas y hermosas piedras redondeadas. Algún perro lucha contra la enorme flor de una pita ya seca. Los habitantes de las autocarabanas que durmieron en el parking se pasean entre las dunas en pijama. Huele a algas, a mar. Dan ganas de inflar los pulmones hasta el máximo con este aroma.
Camino a la Isleta del Moro se nos hace la boca agua pensando en los calamares y los taberneros del bar La Ola; pero están de obras y no abren hasta marzo. Nos sentamos en la terraza del bar La Isleta, junto a dos holandeses que no entienden ni patata. Me preguntan cómo se llama mi tapa y le digo que es un pincho de tortilla. Theodor se lanza y pide dos tortillas, mientras me echo las manos a la cabeza.
El agua está brillando y apenas se la puede mirar. Se ven unas cuantas siluetas de barquitas y, al fondo, los picudos gemelos los Frailes. En otra mesa, unos parientes se han empeñado en un arroz caldoso que no existe en la carta y quieren que a la cazuela de la casa le echen arroz. El plato ya es bastante contundente y no lleva arroz, pero si ustedes insisten yo le pongo un puñao; no es su sitio, pero yo se lo pongo, les comenta la cocinera. Los caracoles tienen una salsa increíble de habas, cebolla, tomate y jamón. El sol ha empezado a ablandarnos y va a ser difícil moverse de aquí.
Comemos en casa lentejas con calabaza. Tras una pequeña siesta, salimos a dar una vuelta por el San José viejo: la iglesia y el aljibe, Casa Pepe, el hotel Pakyta. O sea, el San José que yo conocí en los años ochenta, cuando el hotel parecía un caserío vasco, y Casa Pepe tenía una terraza cutre abierta con algún futbolín, si no recuerdo mal.
Tomamos un café en la cervecería El Pescaíto, mientras los guiris cenan rodaballo y mero del Parque Natural, les dice el camarero por 60 machacantes, con una ensalada de regalo. Le enseño el dibujo a Carmen, la camarera de detrás de la barra, que dice que la dibujé con cara de mala leche.
Con la gente cenando alrededor, empezamos a sentirnos mal. Paseamos por la playa y, luego, aparcamos en el bar Abacería (algo así como colmado), un bar de vinos bastante colocado con tapas más elaboradas y tostas. Me bebo un tempranillo-cabernet-syrah de Almería con crianza de 6 meses que me recomienda Jorge, y que está bien, con un queso fuerte con pimentón de Canarias. Me entretengo dibujándo el local, sus parroquianos y camaretas. En primer plano a Mari, y detrás a Ivan, nacidos y criados en la zona. Un sitio muy agradable que me apunto.
Mi bar preferido de La Isleta era La Marina, cerró hace tiempo. Hace mucho que no visito la zona. Leyéndote me dan ganas de ir. Saludos.
ResponderEliminarYo también he tardado varios años en volver a este sitio que tanto visitaba. Ya tocaba. Un saludo, Enrique.
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