viernes, 5 de octubre de 2018

el ciruelo chino y el cerezo japonés

“Los cerezos que ves plantados en Kyoto son el fruto de una decisión política”, me cuenta en Kyoto Aurelio Asaín, un poeta mexicano que vive en Japón desde hace más de diez años. Hubo un emperador, hace muchos siglos, que quiso afirmar la independencia de Japón en el ámbito cultural, y para eso se propuso reemplazar el ciruelo, típico de la poesía china, por el cerezo. Mandó a plantar cerezos por todo Kyoto y promovió activamente la escritura de poemas dedicados al cerezo.

En esa anécdota se cifra un poco la relación entre ambos países o culturas. Durante siglos, cuando China era el foco civilizador de Asia, Japón fue un estado tributario de China e importó y resignificó muchas de las cosas que todavía siguen siendo parte central de su cultura: desde los ideogramas chinos, la poesía y el confucionismo, hasta elementos más cotidianos como el bonsai, el juego del go y la arquitectura. Japón absorbió de China y luego transformó creativamente lo que absorbía, y más tarde sintió que ya había absorbido suficiente y que no tenía nada más que aprender.


Clarín


En la primera luna del año siguiente, cuando los ciruelos se hallaban en plena floración, el hombre volvió a Gojó para recobrar los queridos recuerdos del año anterior. Miraba de pie, miraba sentado, pero nada se parecía a lo que había sido. Mientras lloraba ardientes lágrimas, se tendió sobre las tablas bastas hasta que la luna se ocultó tras el horizonte y, rememoraba el pasado, compuso:

                                                  La luna no es la misma
                                                  La primavera no es ya
                                                  La primavera de ayer.
                                                  Solamente yo
                                                  No cambié.

Arriwara no Narihira, Cuentos de Ise, Japón, siglo X

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