miércoles, 24 de octubre de 2018
el mercado bombardeado, la playa de san juan y unos quesos curados en el manero
Mientras Beni duerme, paseo por las calles hasta el Mercado Central, modernista, de ladrillo visto y metal. La entrada principal está cerrada y se entra por un extraño edificio circular con cúpula, adosado, donde han puesto una escalera metálica. Arriba está la carne y abajo el pescado y, más adentro, bajo la plaza de las flores, las verduras y hortalizas. En esta última plaza, la del 25 de mayo, hay una placa que recuerda que aquí cayó una bomba fascista que mató a 300 personas en 1938, lanzada desde los aviones italianos que venían de las Baleares. El reloj del mercado sigue parado a las 11:19, la hora del bombardeo.
Bajo a la Rambla. Algunas tiendas antiguas como la mercería Arenas o la papelería Eutinio. Flipantes los vestidos barrocos de la tienda de indumentaria de Rubén Hernández. En el punto de información tratan de disimular que Alicante no es una ciudad monumental y que los cruceros ya no paran aquí (de lo cual, me alegro). Cuando apunto sus consejos en el cuaderno, parece que quedan sorprendidas y hacen algunas fotos.
Desayuno con Beni en la cafetería Gori. Una mujer da consejos a un nuevo empleado de su empresa. Habla de los falsos, de los trepas y de aquellos en que se puede confiar (me siento feliz de lo lejano que me queda todo esto). Subimos por la calle Castaños al mercado. Paseamos entre peces, que es realmente un espectáculo. El gigante atún abierto mostrando su carne roja bajo una dura capa plateada, los bonitos, las gallinas de un rojo leproso como las herreras, la corba con su fila de ventanas como un avión, la llambuga de brillos amarillos y mandíbula aterradora, sargos, pargos y salmonetes con la boca de susto, el pez volador, que la pescadera nos enseña abriendo sus alas. Nos dice que es morralla, como el pez araña, para los guisos. El reloj parado, dátiles de Túnez, bonito abierto con cañas y seco de Ceuta y Larache.
Bajando la Rambla, vemos el Museo de las Hogueras, con los ninots indultats. No me gusta ese realismo paleto de los antiguos, ni la onda disney de los últimos; pero sí la mayoría de los carteles de las fiestas de San Juan. La Explanada, el edificio Carbonell, la Calle Mayor, la Plaza del Ayuntamiento, donde hoy bailan zumba, y una cerveza en la tranquila Plaza del Puente, en la terraza del Pont, de camarero simpático, donde dibujo las vistas del Benacantil, el castillo y la cara del moro. Alguien ven en las rocas y las sierras siempre un moro (por la nariz aguileña, o por eso que parece un turbante), generalmente tumbado a la siesta. Vemos los pozos de Garrigós, tres cisternas excavadas en la roca en el siglo XIX, en la base del Benacantil, para recoger el agua de la lluvia. Al bajar las escaleras saludamos a la señora que colgaba la ropa y ahora está leyendo un libro.
Cogemos el bus nº2 hacia la playa de San Juan. Hemos comprado una tarjeta con 10 viajes y resulta más cómodo y barato moverse. Todo el mundo está liado con su móvil. Esto me permite dibujar descaradamente a los viajeros. La playa es espectacular, con una ancha franja de arena que se pierde en una curva a la derecha que acaba en un peñón. Apenas si hay gente y se está muy bien. Me baño. Las olas vienen fuertes. Juego un rato con ellas y luego me seco al sol. Una chica juega conmigo y sale cuando yo. Cuando voy a preguntarle dónde están las duchas, se está quitando el biquini. Desisto turbado. Nos bebemos, Beni y yo, una cerveza en una terraza con un bocadillo de jamón ibérico que nos hicimos en el mercado. Los guiris beben sangría. Más que turistas, parece que viven aquí. Algunos hablan castellano. No hay duchas por el vandalismo, me dicen, solo te puedes lavar los pies.
Volvemos en el 22. Un adolescente francés, que no para de arreglarse el pelo, le hace una foto a su dibujo. Dibujo después el quiosco del Soho, en el Portal de Elche y, más tarde, cenamos unos quesos en el Manero, un bar delicatessen bonito, agradable, caro y lleno de camareros perfectamente uniformados en el número 7 de la calle Doctor Manero Mollá; pero que merecerá la pena si son quesos desconocidos y puedo dibujarlo sin prisas. Nos ponen La Peral de Asturias, Stilton, inglés, uno que he olvidado y soy incapaz de descifrar en mi cuaderno, y un Mahón de 24 meses. Con un vino monastrell Las Quebradas, D.O. Alicante, muy rico. Entre bocado y bocado me pinto a unos cuantos camareros (Alfonso, Mane, Paco Eugenia y Pedro) y a muchos clientes pijos. Los de la mesa de al lado, Teresa y su novio el arquitecto Carlos, se asoman y me dicen que tengo que publicar un blablablá colegio de arquitecblablá. Cuando ya queda poco vino y queso que nos soporte, empiezan a presionar, pero tenemos que amortizar el pastón del vino y los quesos, y aguantamos un poco más.
Acabamos la noche en la terraza del Orient Express, en Doctor Gadea, charlando con su simpática camarera de Guayaquil, que gusta de dibujar acuarelas pero no acaba de encontrar el papel ideal y me dice que puedo comprar un cuaderno barato, se me está acabando, en un Tiger que hay en la Plaza de los Luceros, sí esa de la fuente de los caballos como ninots. Yo le recomiendo que dibuje todos los días algo, que lleve un cuaderno pequeño que no le dé pereza sacar. Con la práctica aprenderás, y cada vez serás más rápida y te gustará más lo que haces, le comento como un viejo maestro a su pequeño saltamontes.
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