martes, 23 de octubre de 2018

a alicante


Maru nos acerca a la abandonada estación de Almagro, donde sólo han dejado una máquina para sacar los billetes. Una pareja de jubilados espera en el andén. Hacen comentarios sobre los aguaceros que ahora inundan el Levante, los impredecibles días que nos esperan.

Nos entretenemos mirando la ventana, por donde pasan los paisajes al revés, hasta que en Alcázar nos dan la vuelta. Paramos en todos los pueblos de más de 5000 habitantes. Viejas locomotoras en Alcázar, los molinos de Campo de Criptana, viñas y bodegas, el castillo de Chinchilla y el de Almansa, el teatro Chapí de Villena, huertas, frutales, llanos verdes rodeados de colinas, algunas casas excavadas en ellas.

Después de tres horas y media, llegamos a la estación de Alicante, cuyo hall parece una vieja nave industrial. En la calle ya empezamos a ver grandes ficus, como en todas las ciudades mediterráneas. Maissonave, la avenida de las grandes tiendas, las mismas tiendas de ropa que hay en el resto de ciudades de España. Se agradece encontrar en esta avenida una tienda local de telas como la de Julián López, empresa fundada en el 53, con una altísima columna de piezas de telas en el escaparate.

En la comida, probamos la borreta alicantina al lado del hotel. Es lo que llamamos un ajo de patatas con bacalao. También lleva acelgas y un huevo escalfado. En el Dhammas, está muy rico.

Bajamos al Parque Canalejas. Entramos entre dos leones repintados traídos de una finca donada a la República. Es un parque de grandes ficus elastica centenarios. Bajo uno de ellos, hay un mapa de la península en relieve, de cemento, rodeado de agua de verdad. Acaba en la Plaza de Canalejas, con una escultura al ministro asesinado del escultor Vicente Bañuls  e inaugurada en 1914. En la terraza de una heladería dibujo la estatua, en que tiene más importancia un hombre sentado en una roca sujeta por niños, que el propio Canalejas.

La Explanada es un paseo entre palmeras, cuatro filas, que recordamos todos de las postales enviadas desde Alicante por su piso de ondas de teselas de mármol haciendo bandas de colores rojo alicante, negro azulado y marfil, diseño basado el la Plaza del Rossio de Lisboa. Es un paseo agradable junto al puerto deportivo con sillas adosadas de dos en dos para descansar y ver pasar a la gente, una concha como templete de música y un mercadillo de baratijas artísticas que llaman de los hippies. A la izquierda está lleno de terrazas para guiris, con menús de paella y pasta, que terminan en el edificio Carbonell. Parece que se construyó por un pique entre ricos.

El edificio del Ayuntamiento es simétrico, con dos torres a ambos lados, una con reloj. Lo que más llama la atención es el gran espacio entre plantas que se ve en la fachada, donde solo hay un escudo. En la plaza porticada hay un escenario donde siempre pasan cosas. Desde aquí se ve la peña de Benacantil, sobre la que se ven una murallas extensas pero bajas, un castillo horizontal: Santa Bárbara. Cogemos Jorge Juan hasta la playa de Postiguet. 

En un tunel excavado en la roca cogemos el ascensor al Castillo de Santa Bárbara, que es gratis de bajada, y allí disfrutamos de las maravillosas vistas de la ciudad. Al Norte: el antiguo Hospital Provincial de Alicante, donde ahora está el MARQ, y la playa de San Juan, al Oeste: el sol se filtra entre las nubes y las colinas que rodean la ciudad, al Sur: el casco viejo, el puerto, el centro de la ciudad, y al Este: el mar Mediterráneo. Las gaviotas se posan descaradamente en las almenas. Todo el mundo hace fotos inútiles. Yo dibujo para descansar. De las exposiciones, lo que más me gusta es un gran mural con las pequeñas piezas de cerámica de distintas épocas encontradas en el castillo. 

Bajamos serpenteando por un camino comido a la peña hasta el parque escalonado de la Ereta, en la base. Jardines, el Museo del Agua, escaleras empinadas que pasan por las terrazas de los bloques de pisos. Las señoras colgando la ropa saludan a los turistas que bajan. El casco viejo: los palacios de la burguesía, las iglesias (San Nicolás, Santa María), los conventos, la calle Mayor llena de terrazas hasta la Rambla, justo al Portal de Elche, una pequeña plaza con cuatro enormes ficus y un quiosco al estilo modernista en el centro. Tomamos una cerveza en la terraza del Borgones. Hace un tiempo magnífico y en las terrazas se está en la gloria. Cenamos en un doner con muy buena pinta en la avenida Doctor Gadea, rodeados de retratos de sultanes turcos.

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