viernes, 27 de abril de 2018

mérida


Adentrados en el curso del Guadiana, no estaría nada mal cruzarlo por su puente romano, que dicen es el segundo en longitud de todo el Imperio. Aprovechamos sus accesos a la islas del río y desde allí dibujo el tramo hasta la Alcazaba. Paseamos por ella y luego por la Plaza de España, donde las terrazas se han llenado, pero especialmente bajo los toldos por la amenaza de lluvia. Me resulta extraño que Extremadura esté tan llena de palmeras, un árbol alto y estético que apenas da sombra, justo en el lado opuesto a sus alcornoques. Es sin duda el árbol de sus ciudades, el de sus arquitectos. Comemos en un clásico: Casa Benito, taberna taurina con un salón bajo una preciosa bóveda de cañón de ladrillo. El servicio es estupendo, pero no la materia prima, al menos el pescado que me han puesto con el nombre de mero. El café lo tomamos junto al Templo de Diana, muy parecido al de Évora pero mejor conservado, seguramente porque toda su estructura sirvió para construir el palacio renacentista del Conde de los Corbos, que ahí sigue entre sus largas columnas con capiteles corintios.

Nos despedimos de esta ciudad que dicen fue residencia para descanso de veteranos de guerra, siguiendo el curso del Guadiana hacia su nacimiento, siempre acompañados de cigüeñas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario