sábado, 21 de abril de 2018

porto covo otra vez



Hace muchos años alguien decidió quedarse en Porto Covo. Por eso, de vez en cuando, volvíamos y buscábamos en las pequeñas playas que esconden los acantilados. En su pequeño puerto con los barracones de los pescadores. En aquella casa de comidas frente a la Ilha do Pessegueiro, comiendo una caldereta de papas con peixe. Hasta que un día nos cansamos. Mi dibujo de Beni en las escalinatas de madera seguía colgado de la pared del Miramar, pero Porto Covo ya no era el mismo. A pesar de las playas escondidas en los acantilados, dejamos de venir. Era inútil seguir buscando.

Ahora, por la carretera que bordea el mar empiezan a verse las playas de arena entre lanchas de pizarra, las dunas llenas de flores de fuertes colores, las grandes olas del Atlántico, la espuma y este sol que todo lo perdona. Nos sentimos emocionados, como si alguien estuviera aquí otra vez, esperándonos. Nos sentamos en las piedras y nos fumamos un Ventil con el ruido de las olas. Como al hijo pródigo, el mar siempre espera, con ese sol que acaricia los últimos días.

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