miércoles, 4 de abril de 2018

de cáceres a su nariz



Por aquí las dehesas se van encharcando y se cubren de flores amarillas. De los cerdos ibéricos pasamos a los corderos y las vacas, incluso toros bravos y caballos y burros. Al llegar a Malpartida las charcas son mayores, alimentadas por los arroyos del río Salor, y como gigantes champiñones se levantan grandes piedrones de granito con tonos ocres y grises verdosos con formas esféricas, pero que a veces tomas otras extrañas como setas o peces. Y sobre ellas, muchos nidos de cigüeñas. Ellos lo llaman Los Barruecos y está declarado Monumento Nacional desde 1966. Paseamos entre los bolos graníticos, las cigüeñas ni se inmutan. Algunas ruinas romanas, tumbas excavadas, pinturas esquemáticas. En otra de las charcas está el Museo Vostell-Malpartida, en un edificio del siglo XVIII que era lavadero de lanas. La charca era la represa que se usaba para el lavado.

El paisaje se va haciendo más abrupto y la vegetación más tupida hasta llegar a Cedillo. A unos 6 kilómetros hay un embarcadero de barcos que navegan por el Tajo. Cuando todo estaba tranquilo a bordo llega un autobús de adolescentes franceses. Roberto, el patrón, pide silencio para oír a los pájaros. Este barco es híbrido y está insonorizado para poder circular por el parque, dice por el micrófono. Estamos en el Paque Natural Taejo Internacional, en la nariz de Extremadura, formada por los ríos frontera Tajo y Sever. La vegetación está comprimida en este bosque de ribera como en la selva. Hay cientos de verdes distintos, naranjas de las viejas hojas del lentisco, amarillos de las flores de la retama y blancos de la flor del durillo y la jara pringosa. Sobre las paredes verticales de pizarra anidan los buitres leonados, a los que nos acercamos con el barco. También hacemos una incursión al angosto del arroyo Cabrioso, tan cerca de la orilla que, en silencio, oímos a mogollón de pájaros de charleta. El único espacio que queda cultivado son unas olivas en terrazas de tradición árabe, injertadas en acebuches para resistir. Ningún hueso de aceituna de acebuche se convertirá en planta si no ha pasado por el aparato digestivo de un ave, dice Roberto.

Camino de Alcántara nos cae una tromba de agua que inutiliza uno de los limpias. Cuando llegamos ha bajado la intensidad. Me emociona pasar con el 4L el arco triunfal sobre el puente romano. Alcántara es bonita en su decadencia: la muralla de pizarra, las iglesias abandonadas, las casas en ruinas, las viejas puertas de madera, San Benito y su claustro y Santa Marta y su torre colgante, sus escudos de armas en las fachadas. Pero sobre todo es triste, y nos viene bien el hotel en la parte nueva. Un hotel con una cafetería bulliciosa y un restaurante para cenar. Beni un bacalao rico y yo unas criadillas de tierra sospechosamente blandas y poco terrosas y sabrosas (como cocidas, como de bote). La habitación es confortable. Es allí donde se hace negro y acaba el día.

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