Las vistas a la vega desde casa son impresionantes. En primer plano hay higueras, un naranjo y olivas, y detrás un bosque tupido de verdes brillantes hasta los últimos edificios de Abrantes. Pero el tajo levanta por la mañana una nube lechosa que hace que todo vaya desapareciendo hacia el fondo. Entonces parece que el verde fuera infinito y misterioso. Cualquier solar, por pequeño que sea, es un jardín descuidado y frondoso. Incluso las paredes reverdean.
Ya es complicado encontrar gente en esta colina deshabitada. Pero este tiempo no ayuda nada. No para de llover. Pasamos gran tiempo en casa y nos refugiamos en bares y restaurantes en los que tomar algo y dibujar: el restaurante acristalado del Parque de San Lorenzo con sus estupendas vistas, la casa de comidas Grelha Nova donde comen potaje de garbanzos, el restaurante donde comemos, hoy lleno de gente, y el último café en La Llave de Oro, donde todo el mundo sigue el fútbol y dibujo a Telma. Saca su móvil y hace una foto al retrato para mandársela a su hijo. Mientras, un oportuno galao propicia un acuerdo marco entre mi cuerpo y mi mente.
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