Edward Sheriff Curtis (1868-1952), hijo de un reverendo de Ohio procedente de Canadá y de una mujer de Pennsylvania de origen inglés, se adentró y amó la naturaleza de Norteamérica siguiendo los viajes pastorales de su padre. Construyó una cámara de fotos siguiendo un manual y aprendió como ayudante en un pequeño estudio de Minnesota. A los 17 años, tuvo que mantener a su familia, a la muerte de su padre.
Se estableció en Seattle, entonces muy concurrida por los buscadores de oro que viajaban hacia Alaska, donde montó su propio estudio, obtuvo algunos premios y alcanzó cierta fama y, sobre todo, una buena situación económica.
Esta experiencia inspiró el proyecto de su vida: fotografiar todas las tribus existentes en el país, y recoger en una gran obra los testimonios de su cultura antes de que se perdieran para siempre. Pasó los veranos de 1901 a 1903 en el suroeste del país, con los navajos, los apaches y sobre todo con los hopis. Curtis contaba con la venta de las fotos que hacía entre los indios para financiar sus campañas, pero a pesar de su éxito comercial, los ingresos estaban lejos de cubrir los gastos.
En 1906 conseguiría el mecenazgo del magnate John Pierpont Morgan. Hasta 1930 fue publicando veinte volúmenes de su obra The North American Indian. En 1908, cuando trabajaba en el volumen sobre los sioux, Curtis recogió testimonios sobre la batalla de Little Bighorn, en la que murieron el general Custer y sus tropas. Tanto la versión de los sioux como la de los exploradores crow que habían trabajado para el ejército, y las observaciones del mismo Curtis escritos en el campo de batalla, desmentían la leyenda oficial en el que Custer aparecía como un héroe. Sin embargo, al hacer público sus descubrimientos, se encontró con el rechazo de su viuda, del ejército, de la opinión pública e incluso del presidente Theodore Roosvelt, que había apadrinado su obra.
Finalmente, trabajó también para el cine, como operador de cámara y foto fija; pues su fotografía era de gran valor artístico, no solo científico.
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