Un día estupendo después de la tormenta. Desde la caffetteria vemos a los enfermos del Policlínico que se escapan para dar un paseo en pijama, alguno para hacer papeleos, con el pie vendado, o una bolsa con el orín.
Visitamos algunas iglesias y museos. En Capodimonte encontramos unos dibujos preparatorios de Miguel Angel, tizzianos (magnífico su Dante), dos cuadros extraños del Greco, dos de Brueghel el Viejo y otros dos de Goya. También la Cartuja de San Martín con su inmenso claustro, cuyas celdas conforman el Museo de la Ciudad y que en su capilla tiene una Pietá de José Ribera.
Quedamos con Enzo bajo la estatua de Dante. Llega del trabajo con su máquina. Cargamos las mochilas y nos lleva muy muy lejos, al chalet donde viven. Nos ponen una cena de pasta rica, jamón con mozzarella y un melón picante que llaman cantalupe. Dibujo a Enzo mientras le comento que todos los días hay fiesta y cohetes. En el cumpleaños de cualquiera hay fuego de artificio, me dice. Entonces Quety saca sus regalos, que son unos posavasos con el Jardín de las Delicias de El Bosco, que Enzo y Enza no conocen.
Enzo es un tío simpático, algo tímido, con un sentido del humor que suele florecer, una sonrisa siempre en sus finos labios. Disfrutamos la noche en el jardín con la poderosa presencia de las estrellas. Hablamos de todo un poco, como extraños que somos, mientras Enza le enseña la casa a las chicas en una especie de excursión. Me cuenta que saldremos tarde para Bari. Encontraremos tres tipos de paisajes: el primero abrupto, las montañas de Nápoles, luego colinas y, más tarde, los olivos de Bari.
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