martes, 28 de junio de 2016
ercolano
Acostumbrados a viajar por Asia, aquí los gastos se nos van de las manos; es imposible reducirlos. Comemos mal, y la pensión se lleva el presupuesto. ¡Bendita Europa! Ningún servicio por una pasta. El Estado saca impuestos para arreglar una iglesia que luego hay que pagar para verla ¿Donde está el interés general? Cubierto para mover el café: 1,5 euros.
Hoy hace fresquito. Hemos esperado a Quety para visitar los grandes museos. Catacumbas, el Castillo Nuevo, donde vemos la capilla de las almas del Purgatorio, la sala de los Barones y algunas láminas de la Plaza Mayor de Madrid, el Museo Arqueológico con los mosaicos y los frescos pompeyanos y, finalmente, Ercolano, un centro de placer para la aristocracia romana del siglo IV a.C. sepultada por el Vesubio y que el ingeniero español Joaquín de Alcubierre, más interesado en los efectos de la pólvora que en la arqueología, descubrió en 1739 abriendo un pozo sobre el teatro. Resultó ser una ciudad de unos 5000 habitantes, muchos de los cuales sobrevivieron en una huída en masa, con las casas poco derruídas, las termas, los templos, las tiendas y el puerto. Disfrutamos como enanos, pero sin tiempo para dibujar. Los dibujos de la guía son de Simonetta. Limpios, correctos.
En La Guitarra digo que nos mandó Simonetta y me enseñan el cuaderno de un japo, molón. Tomamos café en la Caffetteria dell Arte Antica, mientras hablamos de Bolaños con Quety.
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