Una parada imprescindible es la visita a la Capilla de Sansevero, pequeña iglesia del palacio de Raimondo di Sangro, séptimo Príncipe de Sansevero, digno exponente del siglo de las luces y perteneciente al círculo ilustrado de la corte de Carlos III, de una sola nave con ocho capillas laterales y bóveda de cañón donde los personajes levitan hacia el profundo cielo, donde se ilumina el Paraíso.
Este militar, políglota, hombre de ciencias y de letras, inventor, anatomista, letrado y académico, escépticamente religioso, afecto al ocultismo y la alquimia y Gran Maestre de la Masonería napolitana, proyectó esta capilla como mausoleo familiar con inquietantes claves, como un homenaje de la vida sobre la muerte, y en cuyos sótanos se guardan algunos de sus experimentos como sus máquinas anatómicas, que consisten en un vaciado anatómico de tres cuerpos humanos, de varón, de mujer y de recién nacido, donde sólo pervive el esqueleto, algunas vísceras y la maraña ramificada que forma el sistema vascular. Este espacio es una cripta familiar y propia que el Príncipe no vio terminada. En ella está la obra máxima de Francesco Celebrano: un alto relieve que representa el enterramiento de Cristo.
En la planta principal destacan sus esculturas veladas: el Cristo Velado de Giuseppe Sammartino, un trabajo tan perfecto que la leyenda atribuye al uso de alguna alquimia marmórea; una mujer sensual envuelta en un velo a la que se tituló Modestia, no sabemos a santo de qué, de Antonio Corradini y dedicada a la madre del Príncipe; y La Libertad del Cautivo, en que un personaje dedicado al padre del Príncipe se libera de una red, que representa el apego a la vida, esculpida por Frances Queirolo. Encima de la puerta principal hay otra escultura curiosa en que un oficial de Felipe II, Cecco di Sangro, un antepasado, salta de un ataúd, donde fingió estar muerto durante dos días para poder conquistar la fortaleza de Amiens.
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