Los Hermanos Musulmanes egipcios (ligados a los servicios de inteligencia británicos a lo largo del tiempo y con los que Washington dialogaba y respaldaba porque apoyaban los acuerdos de Camp David) han acusado a Washington de ser "cómplice" del golpe militar que depuso al presidente islamista Mohamed Mursi y de apoyar "la tiranía y la dictadura" en Egipto, mientras Barack Obama realiza malabarismos verbales para no hablar de golpe de estado. Y es que aunque la Ley General Presupuestaria de los EE.UU. no permite ayudar económicamente al golpismo, la ayuda militar a Egipto por parte de los EE.UU. ha sido de 1.300 millones de dólares anuales y cubre cerca de 80% de las compras de equipamientos del Ejército. Estados Unidos financia contratos escalonados a varios años con fabricantes estadounidenses, sobre todo de carros y aviones caza. Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos han apoyado al nuevo gobierno egipcio, otorgándole financiación por 8.000 millones de dólares, sumándose Kuwait con otros 4.000 millones. Pero detrás de todo está Israel, que necesita al Ejército egipcio como muro de contención frente a grupos radicales. Egipto es un país clave para la seguridad de Israel y para sus planes en toda la región. El periódico sionista Haaretz considera a Abdul Fatah Al-Sisi como el nuevo héroe de Israel y sostiene que el general egipcio disfruta de altos niveles de respeto y legitimidad entre las élites políticas y militares de régimen sionista.
Las fuerzas armadas, teledirigidas por los EE.UU. (e Israel), son un poder fáctico en Egipto, un gran lobby propietario de medios de comunicación, empresas constructoras, hoteles... Y también son un reflejo de su pueblo, con sus divisiones: castas elitistas... y nasseristas, islamistas, panafricanistas, populares... Pero, como dice aquella expresión castiza: quien paga manda.
"Hoy está claro que la contrarrevolución ha triunfado y que las esperanzas se han visto frustradas. La revolución fue confiscada y luego enterrada", afirma Karim Bitar, investigador del Instituto de relaciones internacionales en París, "las nuevas autoridades han logrado domesticar a todos los contrapoderes tradicionales" (justicia, medios de comunicación, parlamento).
Al menos 1.400 manifestantes islamistas murieron en la dispersión violenta de sus concentraciones. Más de 15 mil Hermanos Musulmanes y sus simpatizantes están encarcelados y centenares condenados a muerte en juicios sumarios denunciados por la ONU. La oposición laica y de izquierda no se ha quedado atrás, como el Movimiento del 6 de Abril, punta de lanza de la revolución y actualmente prohibido. Varios de sus dirigentes están entre rejas, acusados de incitación a la violencia.
Después de haber encarcelado periodistas, prohibido toda protesta en las calles e ilegalizado varios partidos políticos, el régimen egipcio ha puesto ahora en su punto de mira el mundo de la cultura. Las autoridades egipcias clausuraron recientemente una sala de exposiciones, un teatro y una editorial, todas ellas situadas en el centro de El Cairo. Tras el golpe de Estado de 2013, la libertad de expresión y de creación se ha ido degradando en Egipto, un país que ha experimentado en los últimos años una revolución y una contrarrevolución.
"Las redadas contra las instituciones culturales del centro de El Cairo forman parte de una campaña contra la juventud opositora de cara al 25 de enero", sostiene Fatma Serag, de la Asociación por la Libertad de Expresión y de Pensamiento. Con su actuación contra instituciones culturales, el régimen exhibe una sorprendente inseguridad, pues la brutalidad policial consiguió poner fin a toda manifestación opositora hace un par de años. Incluso el propio Al Sisi, cuya popularidad se ha erosionado a causa del estancamiento económico, advirtió al pueblo egipcio contra una nueva ola revolucionaria el 25 de enero en un discurso televisado. "Desde 2013, se han reducido todas las libertades en Egipto", lamenta Serag, que recuerda el caso del escritor Ahmed Naji, procesado en noviembre porque su última novela contiene pasajes eróticos.
"El Estado ha entrado en pánico por la conmemoración y literalmente está arrestando y secuestrando a todo el mundo", advierte Abdelrahman Gad, miembro de la campaña que denuncia esta oleada sin tregua. Las fuerzas del orden han inspeccionado palmo a palmo los edificios del centro de la capital egipcia, en las inmediaciones de Tahrir, enviando a los calabozos a cientos de residentes, locales y extranjeros; cerrando cafés y espacios culturales con solera. Más de 5.000 inmuebles han sido objeto de las redadas. "Hay un incremento exagerado de los arrestos para sofocar las protestas cuando, en realidad, no se han producido llamadas a manifestarse. La gente ha optado por no bajar a la calle", replica el abogado Mojtar Munir.
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