¡Oid! Estamos en la edad de los grandes inventos, y voy a descubriros el más útil e importante. Para acortar las distancias se inventó el camino de hierro; pero también nos separaban de nuestros amigos, se inventó después el telégrafo, vinieron los ascensores para evitarnos las escaleras. Ahora hemos descubierto que la vida no es más que un escenario en el que hemos de hacer locuras, mientras nos diviertan; faltaba, pues, un medio decente de salir del escenario cuando terminara la diversión; faltaba, como os decía antes, la puerta falsa de la Muerte; y esa deficiencia, queridos compañeros, es la que ha venido a subsanar el Club de los Suicidas. No creáis que vosotros y yo somos los únicos que alimentamos estas aspiraciones, son numerosísimos los individuos que miran con asco esta existencia y a quienes solo una o dos consideraciones impiden huir de ella; algunos tienen familias que quedarían deshonradas y quizá perjudicadas si la cosa se hiciera pública; otros tienen el corazón débil y retroceden en el momento preciso. Para unos y otros se ha inaugurado el Club de los Suicidas.
Robert Louis Stevenson. Las nuevas noches árabes, Hyspamérica Ediciones, 1986
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