Subimos la hermosa carretera de la Tramuntana. Yeguada en Pollença y luego cabras, borriquitos oscuros y ovejas. Rocas rayadas verticalmente como si fueran cascadas. En el monasterio de Santa María de Lluc disfrutamos de la austeridad de sus soportales, las habitaciones y el comedor con pesebres (para comer junto a las bestias). La iglesia demasiado recargada de oro y jaspe encarnado. Papeles recortados de las monjas que luego veremos en algunas casas.
Bajada llena de curvas hasta Soller a nivel del mar, Deia a punto de ser destrozada por la sobreconstrucción y nueva subida a Valldemossa, villa rodeada de colinas arboladas. Un pueblo bonito lleno de azulejos de Santa Catalina en sus casas, la única santa de Mallorca. La Cartuja, donde viviera Chopin el invierno de 1838-39, está cerrada. Paseamos por sus calles empedradas, mirando las piedrecitas incrustadas y las plantas de sus fachadas. Lo más impresionante es que estamos en plena montaña el uno de enero y disfrutamos una buena temperatura rodeados de plantas grasas. En estos picachos no hiela jamás. Aprovechamos el tiempo que nos queda, Palma está muy cerca.
Sin darnos cuenta estamos en el aeropuerto. Dejamos el coche y nos comemos unos bocatas. Madrid está de resaca. El cercanías tiene sus puertas abiertas.
En el cuaderno puede verse el gallo símbolo de Pollença, en cerámica blanca con pinceladas verdes y rojas.
Bajada llena de curvas hasta Soller a nivel del mar, Deia a punto de ser destrozada por la sobreconstrucción y nueva subida a Valldemossa, villa rodeada de colinas arboladas. Un pueblo bonito lleno de azulejos de Santa Catalina en sus casas, la única santa de Mallorca. La Cartuja, donde viviera Chopin el invierno de 1838-39, está cerrada. Paseamos por sus calles empedradas, mirando las piedrecitas incrustadas y las plantas de sus fachadas. Lo más impresionante es que estamos en plena montaña el uno de enero y disfrutamos una buena temperatura rodeados de plantas grasas. En estos picachos no hiela jamás. Aprovechamos el tiempo que nos queda, Palma está muy cerca.
Sin darnos cuenta estamos en el aeropuerto. Dejamos el coche y nos comemos unos bocatas. Madrid está de resaca. El cercanías tiene sus puertas abiertas.
En el cuaderno puede verse el gallo símbolo de Pollença, en cerámica blanca con pinceladas verdes y rojas.
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