Paseo solo por Cuenca mientras Beni duerme. La tienda de Meli ya ha abierto. Me desayuno un yogur con un suizo por 50 centavos. El chico de recepción me dice que el Museo del Banco Central abre a las ocho, quiero ver la colección de objetos antiguos del salesiano Crespi, cuya teoría era que los fenicios llegaron a Ecuador remontando el Amazonas. Está cerrado, pero me cuelo en las ruinas de Pumapungo, el barrio administrativo y religioso de la ciudad inca de Kañari, también los hornos jesuítas. Aguanto hasta que el segurata respetuosamente me echa. Voy a la plaza de San Blas. Diría que llaman a la oración si estuviera en un país musulmán. Es el cura y una señora haciendo duetos en la misa, con la iglesia abierta se oye a un kilómetro a la redonda. Los oigo cantar desde un banco de la plaza, donde un señor que vive en la primera cuadrita me cuenta que Correa ha puesto 15 ministerios para pagar favores políticos. Me desaconseja Guayaquil; mucho calor, mucha humedad, mucha miseria entre unos cuantos muy ricos, mucha corrupción.
De las vistas del bus por la Panamericana no volveré a hablar. Hay que verlo. Solo decir que el trozo desde Oña hasta Loja es el más espectacular y divertido. Aparte de los barrancos, montañas, arroyos, vegetación y nubes arriba y abajo, está lleno de comunidades indígenas con casas pequeñitas atiborradas de macetas. Y en las paradas montan mogollón hasta que llenan las plazas y el pasillo de la viajera. Una señora mayor con gorrito blanco se sienta en el reposabrazos de Beni. A todo esto, el autobús baja a toda leche. Un señor de los redichos con siete carreras y cuatro idiomas, sosialista y católico seglar cursillista, nos dice que tiene un hijo en Madrid casado con una polaca. A Beni no le hace gracia, es un pesado. Yo quiero aprovechar sus conocimientos para que me hable de la comida y los restaurantes de Loja: El café El Tamal Lojano, con carne y ají verde, en el Parque Bolívar, el 18 de Noviembre con Ibarrura; chivo al hueco, asado bajo tierra, en Olmedo con Juan José Peña y el chancho a la barbosa, un cerdo deshuesado y entero con un armazón metálico que lo tensa y sirve para girarlo en un brocal con lumbre, en muchos restaurantes, pues el típico de estos pueblos.
El taxista nos recomienda un hotel que no nos gusta. Cuando vamos al Horquídeas, unas señoras que vienen de la misa (y creo que no acaban de salir) nos dicen que allí no podemos ir porque está lleno de putas y van a pensar que chuleo a mi Beni, loritos parlantes. Acabamos en el Londres. Nos gusta. Tiene un huerto en la parte de atrás que da a la puerta de nuestro cuarto. Esto tiene aire cubano. Calor, ceibas y flamboyanes, casas con colores pastel, grandes ventanas con rejas, las montañas alrededor a lo Sierra Maestra, incluso todos estos carteles de revolución institucional, de consignas, que ha puesto Correa. Y también los mosquitos, que hasta ahora, por el fresco, no habían dado la lata.
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