domingo, 20 de enero de 2013

loja




Dormimos bien con el cacharrico eléctrico de Raid y la panza llena de chancho a la parrilla y el famoso tamal lojano, más sabroso que los mejicanos, con carne picada y alguna verdura, y parece que frito después de hervido.

La ducha está abierta al huerto desde la altura de mi pecho hacia arriba, lo que da un extraño buen rollo. Llueve sin parar, una lluvia fina y abundante. Resulta paradójico ducharse mientras llueve. Estar desnudo rodeado de altas montañas, los Andes, en enero. En la Plaza Central, los soportales están llenos de indios a la espera de trabajo. Destacan unos con sombrero de fieltro negro, camisas blancas, pantalones negros que acaban por debajo de las rodillas y calcetas. Con esa nariz grande que tiene un repecho donde se apoyan las gafas; son mitimaes, de origen boliviano, y que ahora se llaman Saraguro (tierra de maíz). Desayunamos café con churros y humitas (tamal de maíz dulce) con una suiza sin sangre que hace un cuaderno de viaje. Vive en Trujillo y lleva el camino en sentido contrario a nos.

Yo pondría dos rombos a las iglesias de aquí, como las Historias para no dormir. Ya impresionan a mi edad. Las almas ardiendo en el Purgatorio rogándoles a los ángeles que las saquen, el perrito de San Roque a dos patas lamiendo sus heridas, San Sebastián retorcido lleno de flechas, Papito Dios con un triángulo en la cabeza, y al que le sale del pecho una paloma (que dicen ser él mismo) cual octavo pasajero (difícil de entender la triple personalidad, un franciscano indígena la pintó como si fueran tres gemelos para explicar lo uno y trino), la virgen dormida en una urna de cristal (si no fuera una herejía, diría que está muerta), el Cristo torturado, lleno de moratones y heridas sangrantes (La Pasión de Gibson era un pastel) y, la guinda, Cristo resucitado en camisón volando con los brazos extendidos, fuera del retablo, en el aire. En fin, un conjunto temático que marcará a los niños el resto de sus vidas. Y todo en una sola iglesia: San Sebastián de Loja.

Luego está la parte alegre: las procesiones. Tres niños disfrazados de reyes con coronas de papel dorado a lomos de sus caballos, un grupo de angelitos blancos con alas y una varita mágica que acaba en estrella, un pick-up forrado de rasos de colores y cintas brillantes donde quince niños disfrazados de San José, Vírgenes, nobles incas y angelitos, comparten remolque con una figura del niño Jesús. Detrás, una banda de cornetas y tambores del ejército, y más atrás el pueblo llano grabando a sus niños con cámaras de video. Que Dios aprieta, pero no ahoga.

Vemos el Museo del Banco Central, Santo Domingo y la callecita de Lourdes, con tantos colores. Y, como no, nos metemos en la Cuna de los Artistas, un café chulo entre dos patios con actuaciones musicales muy a lo cubano. La casa fue la residencia del insigne filántropo lojano Don Daniel Álvarez Burneo, y ahora también sede de la Academia de Artes (musicales) Santa Cecilia. Y la verdad es que se está muy bien en ella.

Abierta la tarde, paseamos por el Jardín Botánico en la Universidad. Envidia del cuidador que tiene aquí su casa entre tanta vegetación. Nos enseña sus bonsais y el orquidiario. Cojo hojas y nombres de algunos árboles y plantas que no conocía como el jorupe chereco, la palma fénix, el camarón, don diego de la noche, la canosa (una planta blanca) o la tritona.

Nuestro redicho Lauro nos invita a un café en el Tamal Lojano con tamal de pollo y la bola de guineo verde (un plátano para cocinar). Nos dice que es el mejor sitio para merendar. Le hago un dibujo y me pregunta si no me molesta que diga que lo ha hecho él y que le haga una foto del dibujo para su hijo. Papeleo burocrático. Se va pronto. Nosotros nos vamos al hotel.

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