domingo, 27 de enero de 2013

otro día en lima



Una visita a Barranco explica las canciones de María Dolores Pradera que oíamos de niños. Ella cantaba un mundo caduco de capital de provincias, una vida tranquila, la felicidad que proporcionan sus rutinas. Ella cantaba el mundo de Chabuca Granda, a quien le robaba las canciones. Chabuca vivía aquí en este pequeño pueblo ahora pegado a Lima como barrio, cuna de compositores y poetas. Aquí se saludaban tocando el sombrero a la salida de misa, aquí está la Quebrada, el Puente de los Suspiros, y todas esas limeñas salerosas que van a mojar sus pies al Océano. Aquí Chabuca tiene su plazuela y su calle. Parece mentira que parte del mundo de mi madre esté en este sitio, que jamás ha visitado. El dueño del hostal, un señor que se parece mucho en los ademanes a Chicho Ibáñez Serrador y que tiene esos dejes largos en las últimas palabras de las frases, como en expiración (claaaaaro), me cuenta que los jóvenes gustan de ir viernes y sábado a tomar en sus baresitos nocturnos y fumar marihuana.

Ya ha amanecido y oigo la lluvia. Me asomo a la ventana. Una niña de catorce años empuja un carrito de sanduches. Lleva una tela reliada al tronco con la que sujeta un niño a su espalda. ¡Oh la gran ciudad! Otro sueño roto. Desayunamos con el dueño que nos cuenta que el caos circulatorio viene de la gran cantidad de vehículos de segunda mano que se importan de Japón. Hay grandes hangares en la frontera donde se cambia la ubicación del timón. La ley sólo limita los años y el kilometraje, ambos se trucan. Eso ha dado un parque móvil abundante, ruidoso y humeante; de tal forma que ha tenido que sacarse del casco histórico para no perder su etiqueta de Patrimonio de la Humanidad. Ahora el casco antiguo es más tranquilo. Hoy pretendemos recorrerlo.

Ruta de museos, iglesias casas y parques. Los edificios mezclan estilos. Casas modernistas y coloniales, aunque la mayoría son neoclásicos pues el terremoto acabó con todo. Nos gusta mucho el Museo de Artes y Tradiciones Populares, donde se juntan varias colecciones privadas. Hay máscaras salvajes y graciosas, como los diablos de Paucartambo, procesiones de cientos de personajes de barro, cestas amarillas de Ancash, telas preciosas con escenas surrealistas y jarrones representando animales.

Comemos Malaya en un italiano limpio, es una carne de res con forma de fajita. Fibrosa, pero no dura y muy muy sabrosa. La ponen con yuca, cebolla morada y arroz. También pato con arroz con demasiado cilantro.

Desde el corte del río, vemos los arrabales: cientos y cientos de casas de colores, unas encima de otras, encaramadas en la montaña, en el norte. En la Plaza Bolívar, las torturas de la Inquisición en un museo. La locura total del Mercado Central. Olores a carne empezada y hierbas aromáticas.



Ya en casa, trato de retener imágenes: el enano de rojo vendiendo helados, carteles pintados en los aparcaderos con la virgen sobre un carro, láminas escolares, chicas con los celulares metidos entre las tetas y los pobres limpiabotas limpiando esas largas botas de la policía de tránsito (supongo que por la cara). Voy a la taberna Queirolo (Quilca con Camaná), un verdadero descubrimiento. La dibujo. Es tanta mi felicidad que me llevo a Beni y nos apretamos un estofado de ternera a medias. Beni busca una alternativa de viaje a Cusco (no para de llover y están desalojando a los turistas con helicópteros).

La dueña del hostal nos orienta. Nasca no tiene nada si no váis a subir en avión a ver las líneas y Arequipa está demasiado lejos. Pisco tiene playa y las Islas Ballestas para visitar. Decidido: iremos a Pisco

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