Hasta dos oras después de media noche andarían noventa millas. Y porque la caravela Pinta era más velera e iva delante, halló tierra y hizo las señas que yo había mandado. Esta tierra vió primero un marinero que se dezía Rodrigo de Triana.
Para que hiziesen buena guarda al castillo de proa y mirasen bien por la tierra, prometí al que le dixese primero que vía tierra le daría luego un jubón de seda sin las otras mercedes que los Reyes avían prometido, que eran diez mil maravedís de juro al primero que viese.
A las dos horas después de la media noche pareció la tierra de la cual estarían dos leguas.
Amainaron todas las velas, y quedaron con el treo, que es la vela grande, sin bonetas, y pusiéronse a la corda, temporejando hasta el día viernes.
Llegamos a una isleta de los lucayos, que se llamava en lengua de los indios Guanahaní. Tomé posesión de la dicha isla por el Rey e por la Reina, sus señores, haziendo las protestaciones que se requirían, como más largo se contiene en los testimonios que allí se hizieron por escripto. Luego se ayuntó allí mucha gente de la isla. Les dí a algunos d'ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescueço, y otras cosas muchas de poco valor. Ellos nos traían papagayos y hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas.
Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y también las mugeres, aunque no ví más que una harto moça; y todos mançebos muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas caras, los cabellos gruesos cuasi como sedas de cola de cavallo, e cortos. Se pintan de prieto y son de la color de los canarios, ni negros ni blancos. Y d'ellos se pintan de blanco y de colorado, las caras y todo el cuerpo, solos los ojos y solo el nariz. No traen armas ni las conosçen.
Ninguna bestia de ninguna manera vi, salvo papagayos en esta Isla.
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