jueves, 2 de junio de 2011
ira, que cumplirá 16 años en julio
Ira se ha hecho vieja. Está delgada y senil. Apenas si ve y oye. Es casi invisible. Sólo se nota su presencia por el ruidito que hace con las uñas en la tarima. Se ha sentado al lado y no nos hemos dado cuenta.
José Luis decía que él estaría dando guerra hasta en la caja, pero ¿tendremos ganas ya de dar guerra o elegiremos la indiferencia al mundo que nos rodea, un mundo que ya no es el nuestro?
Por el fenómeno (o destreza) al que llamamos empatía, asumimos su situación y sufrimos. También lo hacen los elefantes. Somos capaces de transportarnos al cuerpo de este fox terrier y caminar con dificultad, salir a la terraza y disfrutar del sol y del viento. Es una vulgar humanización (una colonización), pero ¿cómo emular un sentimiento que desconocemos?
La obligación de las plantas es invadir la tierra. La de los hombres buscar su felicidad. ¿Y la de un fox terrier? ¿demostrar a su amo lo listo que es para ratificar su buena elección, así hacerlo feliz, o seguir las cuatro reglas de la compañía y llevarlo lo mejor posible con ese estúpido ser?
Nos da lo mismo, convertimos aquellos lobos salvajes en estos cuadrúpedos elegantes y listos, y ahora tenemos que dejar que nos guíen en estos momentos en que nos sentimos perdidos. Y nos dejamos atar las manos a una cuerda para que, con su robusto cuello, nos lleven.
Ira es la perra de Kiko y Upe, con quienes ahora estamos viviendo. Ella me reconcilió con los perros. Creo, que ambos nos tenemos cariño, aunque ya no parezca reconocerme.
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