La primera vez que pasó un avión por Mestanza, allá por el año cincuenta, se armó un gran revuelo. La gente salió a las calles, y muchos subieron hasta el castillo. Venía de La Solana, cruzó todo el pueblo en menos que canta un gallo, y traspuso por la huerta de Viruta. En silencio. La confusión era tremenda, pues sólo se vio formarse una banda blanca, de casi un metro de ancho, que bajaba lentamente haciendo un bonito labrado.
Todo eran murmullos de asombro y admiración. Algo había que hacer. Una columna se formó para ir a la iglesia y ver al señor cura. Algunos hablaban de una señal de los de allá arriba.
Alguien, sin lugar a dudas, había tejido en ganchillo ligero y espumoso la más grande y hermosa cenefa que nunca jamás se había visto.
Mientras escribo esto, aquí en Mestanza, un chorro de humo se pierde por la huerta de Viruta. La Antonia grita: ¡como ésa!
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