La cita es en casa de Ana. Antes me paso por el marcado y compro pan, unas lonchas de queso y pavo, un tomate y un melocotón, y me lo almuerzo todo mientras llegan en la furgo de Javi. Una señora se acerca y me desea que aproveche. Pienso que estas muestras de buena educación son ya del pasado.
Comemos en Reinosa, en una casa de comidas frente al antiguo lavadero y la estatua a Juan Guerrero Urreisti, creador del himno de Cantabria. Muy rico el cocido montañés de habichuelas con chorizo y morcilla, la lubina y la leche frita. Con el vino y el café nos llevan solo 14 euros. Cambio de conductor y una retahila de camiones gigantes cargados con diversas partes de un molino de viento fabricado en Daimiel.
A las cinco de la tarde llegamos a la pensión Arenal, frente al Centro de Salud de San Vicente de la Barquera, flipados por la bahía y el largo puente de piedra sobre la ría de San Andrés. Cuidado con el escalón marcado, es más alto que los otros, nos dice nuestra guía, que también es camarera en el Carma. Nuestra habitación tiene solo dos camas para tres y especulamos sobre cómo podría dormir la tercera persona, hasta que detrás de una puerta descubrimos una habitación secreta con cama de matrimonio, tele, baño propio y una tercera puerta a una terraza incrustada en la montaña, donde cultivan tomates en un pequeño parterre. Guau! Ana se ilumina de felicidad.
Paseamos por el puerto deportivo y el pesquero, cruzando un segundo puente. La marea bajó tanto que las barcas reposan sobre el suelo. Tras ese segundo puente, al oeste, brilla la ría donde desemboca el río Gandarilla y destacan las siluetas negras del castillo y la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles en la ribera izquierda. Subimos para verlo por lo que parece la calle fundacional, en lo alto de una alineación de peñas. Allí está el Ayuntamiento y demás edificios públicos, el castillo de rey, la Casa del Preboste, el recaudador de impuestos en la Edad Media, en la puerta de Santander, y, al fondo, lo poco que queda del antiguo hospital y la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, de todos los estilos y épocas, quedando muy parcheada en la actualidad, pero resultona con esos delgados nervios góticos que bajan de sus altas cúpulas agarrándose a las columnas y esos graciosos santos policromados en sus retablos dorados. Jugamos a adivinarlos: San Roque con su perro, San Francisco, Santiago, un San Juan Bautista quemado por el sol y una virgen amamantando a un niño Jesús demasiado crecido y que aquí llaman Virgen de la buena leche. En una capilla lateral un Cristo yacente sufre ensangrentado con los pies agujereados por los clavos y elevados unos centímetros sobre el suelo. Barbado y sucio, su cara expresa un gran dolor.
Tiene la iglesia una puerta lateral y otra al Oeste que da a una pequeña plaza en terraza sobre las peñas, con una preciosa vista. Javi comenta que todas las iglesias preconciliares, de Trento, tienen el ábside al Este y la fachada al Oeste. Como la brújula marca el Oeste, le cuadra. Es en esta iglesia donde empieza el Camino Lebaniego en su vertiente religiosa.
Cenamos de tapas en la calle principal, que es la carretera nacional 634, con muy buen ambiente. Los soportales están llenos de terrazas. En El Mozucu y La Folia caen cervezas y sidras con rabas, mejillones, sardinas, navajas y zamburiñas, que es lo que por aquí se despacha. Nos escancian la sidra, que se compra por botellas y tiene un precio bajísimo. Subimos a la piltra con alegría, pero sin perder la guardia ante ese escalón.
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