viernes, 30 de septiembre de 2022

camino lebaniego (03) de san vicente a bielva


    Desayunamos el café Carma, lleno de peregrinos, posiblemente del Camino del Norte. Hay un mostrador para los cafés y otro para los dulces, y ese rumor bajito de los que aún están dormidos. 
    
    Salimos por el camino de los eucaliptos y caminamos por caminos estrechos mal asfaltados, sin señales de tráfico. Seguimos el curso del Gandarilla por el Parque Natural de Oyambre. Robles, espinos blancos, nogales y peligrosas aulagas. Dejamos el río en Hortigal. No nos acercamos al dolmen Cotero de la Mina, pues hay que alejarse del camino y hoy tenemos un trayecto de 30 kilómetros. En Estrada nos encontramos el conjunto vallado, con un muro de piedra, de su torre y la pequeña iglesia, y cerrado. Lo rodeamos. Grandes piedras de las que emergen hermosos  laureles. En un trozo de muro bajo pasamos al recinto. La Torre de Estrada, es del siglo VIII, reconstruida en el XII y rehabilitada en 2005.  Tiene planta cuadrada y, en su origen, tres alturas, rematada la última por almenas. Su acceso era a través de un arco de medio punto, al que se accedía por una escalinata exenta de piedra desde el patio de armas. Actualmente la torre tiene la parte superior llena de andamios (¿volverá a ser alamenada?) y contiene una exposición permanente del maquis, titulada: Maquis, realidad y leyenda, que abre en Semana Santa y verano. Se accede por una pasarela de madera mohosa. Muy cerca, en el pueblo siguiente, Serdio, nació el maquis emboscado, famoso en estas tierras, Francisco Bedoya, un tipo callado y taciturno que tallaba juguetes de madera y leía en la cárcel. Huyó en el 52 porque quemaron su casa familiar con el ganado dentro, y en el 57 lo trincaron.

    La capilla, al otro lado del patio, está dedicada a San Bartolomé. Se accede por una escalinata en un atrio desigual donde encontramos unas figuras desgastadas que dibujo malamente y sin detalle. Salimos por la pasarela mohosa hasta el muro bajo y el camino de laureles. 

    Pasado Serdio, nos retiene un chaval porque van a detonar unos barrenos en una cantera cercana. Acumulación de peregrinos y un señor con coche que se acerca al operario para pedirle que le diga a su jefe que con las vibraciones están arruinando su casa, así como la de los demás vecinos de Serdio. Es una vergüenza, dice indignado. Más tarde nos separamos de los otros peregrinos, que van por el Camino de Santiago, y después pasamos por la cantera gigante llena de grandes piedras grises blanquecinas de formas regulares como cortadas a sierra. 
 
    A partir de Muñorrodero seguiremos el curso del río Nansa por un preciosa senda fluvial llena de árboles de ribera: chopos, alisos y fresnos. Hayas, castaños que inundan el camino de erizos, robles. Comemos castañas a punto. En una playa de piedras, nos bañamos en el Nansa usando mis zapatillas de plástico y el palo para poder caminar sobre las piedras del fondo hasta llegar a la parte honda. Cruzo el río hasta la otra orilla, donde descansa un árbol enorme caído. Más adelante encontraremos cascadas, avellanos gigantes y la central hidroeléctrica Trascudia. En los tramos de cortados rocosos, donde encontramos a una pareja haciendo escalada, hay pasarelas y escaleras rompepiernas.

     Antes de llegar a Gabanzón abandonamos la senda y cogemos la horrenda comarcal 855, una pesadilla después del encanto de la senda del Nansa. Junto a la iglesia de este pueblo está la encinona, una encina tremenda singular de unos 10 metros de altura. El tope del restaurante es a las cuatro de  la tarde; solo llegaremos si apretamos el paso. Bajamos la larga cuesta hasta el río Nansa a toda velocidad. Javí nos pone en el móvil la cumbia de a Santiago voy ligerito, caaaaminando... Cruzamos el puente del Arrudo y, con dificultad, subimos la cuesta hasta Bielva, capital de Herrerías, donde Pepi nos espera en La Casona de Bielva con la comida sobre la mesa, pues ya han cerrado la cocina. Estamos machacados, pero estos guisos cántabros nos recuperan. El comedor es una terraza en un porche, que nos recuerda los atrios de las iglesias, con vistas a un jardín con ocas enfurecidas.

    La casona es un vieja casa de piedra con los suelos de cemento hidráulico y las escaleras de madera de escalones desiguales que crujen. A Pepi le impone. Nuestra habitación está llena con las tres camas. Está bajo la cubierta inclinada y es oscura y húmeda. Nos duchamos deprisa, pues ya tenemos las entradas para ver la cueva El Soplao, aquí cerca, y la última visita es alas 6 de la tarde.

     El Soplao es una cueva flipante de unos 17 kms. Una maravilla geológica descubierta por los mineros de las minas de la comarca del Nansa, en la Sierra de Arnedo, que en 1908 perforaron la galería La Isidra y de golpe salieron a una cavidad que los inundó de aire, lo que ellos llamaban soplao. Después la usarian, en parte, de escombrera. Hoy es una atracción turística impresionante, con espacios enormes llenos de columnas, estalactitas y estalagmitas; especialmente la sala de las estalactitas excéntricas, de formas estrelladas, debido a los cambios de capilaridad de las rocas. También es conocida por su riqueza en fósiles de artrópodos conservados en ámbar. Aunque llegamos tarde, el trenecillo que entra en la cueva acaba de salir, una guía nos acerca al grupo caminando y nos incorpora a la visita guiada.

    El bar del pueblo es una taberna con una barra preciosa de madera. Apenas si tiene clientes. Se llama La Bolera porque está en la plaza donde se juega a los bolos. El camarero es un chaval insensible a todo. Dibujo el bar enterito y pasa de mí. En la puerta está el gordito que se descojonaba de nosotros por pisar una mierda de vaca. Parece pensar: esta gente de Madrid!. No hay tapas ni nada que comer. Pero, sobre todo, no hay nada de simpatía. Nos vamos al bar de nuestro hostal. Como ya tiene cerrada la cocina, cenamos a base de bocatas con la reserva de jamón, queso y embutidos que preparó Pepi. En la terraza del bar, con las cervezas que nos traen las jovencitas ecuatorianas que llevan el negocio. Después, ya cansados y tras unos cuantos crujidos de escalones, nos dormimos sin preámbulos.

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