Desayunamos a las siete en el bar de la pensión mirando la tele. Salimos hacia el norte encajonados en un desfiladero donde solo caben, apretados, el río, la carretera, el tren La Robla-Bilbao y la línea eléctrica. Atravesamos el acueducto, asombro de Jovellanos, y el Puente de Alba. Y así seguimos pegaditos al Bernesga hasta la ermita del Buen Suceso, a unos cuatro kilómetros y medio. Sobre una columna del pórtico hay una hornacina con una pequeña imagen de Nuestra Señora del Buen Suceso, a cuyos pies hay dos cabezas que parecen de querubines. Saltamos al otro lado, siempre acompañados de fresnos, chopos, espinos blancos algún avellano, todos ellos de enormes dimensiones. Las altas montañas nos mantienen en la sombra, hace frío. Impresionante el túnel de avellanos que atravesamos en el kilómetro siete y algunos ejemplares de saúcos en flor. En La Pola nos tomamos un café y yo me llevo un montado de jamón por si la comida se tuerce. El paisaje es flipante, hermoso, y más aún con esta luz lateral de las primeras horas de la mañana.
El albergue de Buiza está cerrado. Subimos la difícil pendiente sin apenas árboles, algunos robles, hasta las Forcadas de San Antón, unas rocas duras y peladas sobre un manto cobrizo de brezo con las flores ya secas. Al bajar al nuevo valle, la Tercia, pasamos un bosque de pinos silvestres, y luego cogemos un estrecho sendero por donde unos temerarios ciclistas pasan a toda leche. El Valle se extiende verde, rodeado de altas montañas con nubes agarradas en sus crestas. Arriba aparecen colores anaranjados. Todos es pasto sin apenas árboles. Cuando creía que llegaba a Poladura, una pareja de abuelos llenos de arrugas y sentados al sol de la plaza me sacan del engaño. Falta un kilómetro y medio, por la carretera de la derecha, dicen.
La posada El Embrujo es una casa típica de piedra con los marcos de las ventanas y las puertas de ladrillo (aquí solían hacerse de caliza rosa, había una cantera cercana). Tiene un jardín con mesas que sirve de terraza a su bar, que es el único del pueblo. También tiene el único restaurante de Poladura de la Tercia. El dueño, Ángel, me dice que hoy domingo está todo reservado. Finalmente, nos prepara una mesa. Comemos salmorejo, arroz con soja, pimientos del piquillo, solomillo a la mostaza y caldereta de cordero. Nada se parece a la idea que nosotros traemos de esas comidas, pero todo es aceptable. El vino de la casa es un Toro que no está mal.
La siesta nos hiberna hasta la cena, una crema de calabacín y queso y cachopo. Después damos una vuelta por el pueblo. El albergue está en el piso superior de las escuelas, un edificio de los cincuenta. Amancio sube al campanario y toca las campanas. Nos dan conversa informativa María y Luis. La primera tiene una casa de 1926 con piedra caliza rosada. Nos habla de las canteras, del cura, que solo viene a los bautizos y comuniones (solo son 26 habitantes) y que se dedica acoger setas. Luis pasea a su viejo perro Thor, es albañil, nos enseña fotos en su móvil de las últimas nevadas.
La Luz se va perdiendo por los prados y solo se mantienen iluminadas las nubes agarradas en las cumbres. Es la hora de acostarse.
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