aquel día
El agua inundaba los surcos con el tintineo de la noria. Su padre yacía empapado boca abajo con las rodillas clavadas en el barro. Pensó que era el momento. Acercó la escalera de madera al tronco del álamo más grande, y subió, paso a paso, apoyando los pies en cada una de las ramas, hasta allí arriba, a lo más alto. Extendió allí sus alas y, agitándolas como había aprendido de los pájaros, se echó a volar.
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