Desayunamos en el Velarde, con una camarera desestresada que atiende a alguien que le pide calmante vitaminado. Ella, tranquilamente, le pone un chupito. Se saludan viejos amigos que van a trabajar y borrachos que aún no se han acostado, estos últimos mucho más simpáticos. El aceite está rancio. El café siempre trae un pedazo de bizcocho.
Salimos de León por la catedral, con esa luz amarilla que da el amanecer. San Marcos y luego pegaditos al río Bernesga. Vamos por ese paseo de chopos gigantes hasta Carbajal de la Legua, donde subimos por monte bajo cargado de jaras, lentisco, coscojas, cantueso en flor, mejoranas, lavanda y demás. En la bajada se convierte en un bosque de robles que van rebajando su densidad hasta una trocha pelada de difícil subida, pero con unas vistas alucinantes a la vega. Otra vez mogollón de robles dándonos sombra, y luego encinas y, más abajo, a la vera del Bernesga, fresnos, chopos altísimos, alisos, espinos blancos, rosales silvestres, y hasta helechos. Un nogal gigante aparece al salir de Cabanillas, y un poco más adelante, en la Seca de Alba, nos desviamos para comernos una tortilla recién hecha y riquísima en la terraza del bar Marisa. No hacer caso jamás a quien dice no merece la pena desviarse. Pocos placeres como éste cansados de caminar. Y enseguida Cascantes de Alba y la ermita de la Virgen de las Nieves de la Celada con el horroroso lienzo de la térmica de La Robla, que al parecer ya no funciona, a pesar de esa gigante montaña de carbón.
La Robla es un pueblo decadente con cada vez menos habitantes, donde los bancos continúan negociando el dinero de los eres, y donde ya solo queda activa la cementera iluminando la noche con sus infinitas luces. La posadera nos manda a la plaza a comer, detrás de la fuente, dice. En la terraza del restaurante Bogadera, comemos menestra de verduras con cuchara y codillo al horno un poco seco, con dos botellas de vino.
La Robla es un pueblo decadente con cada vez menos habitantes, donde los bancos continúan negociando el dinero de los eres, y donde ya solo queda activa la cementera iluminando la noche con sus infinitas luces. La posadera nos manda a la plaza a comer, detrás de la fuente, dice. En la terraza del restaurante Bogadera, comemos menestra de verduras con cuchara y codillo al horno un poco seco, con dos botellas de vino.
Cuando volvemos a la pensión El Mundo a la siesta, las señoras se colocan en sus mesas a jugar a las cartas. Aman se pone a fabricar zetas y yo me quemo con este cacharro de móvil, que no me deja ilustrar las entradas para el blog. Luego, cuando las señoras se levantan de las mesas, paseamos por el pueblo, descubrimos que aquí nació Josefina Aldecoa (un libro abierto reza: Éramos alegres porque éramos jóvenes) y un buen sitio para tomar vinos llamado Casa Carmina, donde bebemos del Bierzo y Ribera con pinchos hasta darnos por cenados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario