miércoles, 31 de octubre de 2018

fotógrafos invisibles


Imposible encontrar en internet alguna referencia a grandes fotógrafos cotidianos como Enrique Moreno, que hizo este maravilloso reportaje de boda en mi pueblo y en mi infancia. Aparte de que conozco a casi todos los que aparecen en las fotos, creo que retrata con exactitud el ambiente de Bolaños en aquellos años. Esa expectación en un pueblo manchego donde no pasaban demasiadas cosas. El fotógrafo me parece muy bueno. Gloria a él y a todos aquellos buenos fotógrafos invisibles.

martes, 30 de octubre de 2018

lunes, 29 de octubre de 2018

cosecha diaria (63)





Cosecha de hierbas (acelgas de campo, hierbabuena, menta, hinojo, tomillo, apio y albahaca) y tomates para la comida de hoy: risotto de hierbas y ensalada.

domingo, 28 de octubre de 2018

iglesias, playas y el tren de vuelta


Desayunamos y nos acercamos a la estación para dejar las mochilas en consigna. Pasamos esas medidas estúpidas de seguridad que nos convierten en barbudos terroristas. Metemos nuestras cosas en una especie de caja fuerte que se abre con un código, que nos convierte en banqueros.

Hoy visitamos iglesias como si fuéramos devotos. En San Nicolás, una señora reza con una mano sobre un Cristo muerto, moviendo el cuerpo como en trance. Todo parece normal hasta llegar a la capilla del ábside donde San Nicolás, el de Bari, se mantiene arriba y dorado rodeado de ángeles y querubines. Los turistas no paran de hacer fotos. La basílica de Santa María es austera al máximo, si no hubieran añadido esa portada barroca. De golpe, el sacristán dice que salgamos, que hay que cerrar. Los turistas guiris se rebelan. No se quieren ir. Señores, yo tengo que hacer mi trabajo, dice.

Bajamos la calle Mayor hasta el D'Tablas, donde caen unas cañas con chopitos. Comemos en una casa de comidas, escondida en un pasaje, un estofado de patatas y bacalao. Está lleno de curritos alegres que bacilan a la camarera. Ella me felicita por el dibujo y me hace enseñárselo a María, que es la señora que he dibujado en la ventana de la cocina. En un bus nos acercamos a la playa del Postiguet. esta sí que tiene bastantes devotos. Desde la terraza de una heladería la dibujo.

Llegamos a la estación. Un mendigo presumido sentado en el suelo se peina el bigote y las cejas. Vende esos ceniceros tan feos que se hacen con latas de cocacola. Cogemos las mochilas y nos metemos en el tren. La gente espera en el andén para cargarse con los últimos rayos del sol, y no entran hasta el último minuto. Nos sentamos junto a una pija presumida que se mira en la ventana. Vamos otra vez al revés. Detrás del cristal vemos huertas con frutales en las explanadas entre las colinas terrosas, donde algunos excavaron sus casas. Dibujo algunos paisajes chocantes y a este chaval tan alto con una gran cicatriz en la cabeza. Se hace de noche y esperamos que la megafonía retransmita el final de nuestro viaje.

sábado, 27 de octubre de 2018

pájaros pintados de rojo y la albufereta


Dejo dormir a Beni y paseo caminando hasta el MARQ, donde disfruto con esos maravillosos pájaros que los iberos pintaban en sus vasijas. Bajo luego a la Explanada para oír alguna banda musical en la concha; pero hoy no hay actividad. Me encuentro con Beni y nos vamos en el tranvía a la Albufereta para ver el yacimiento ibero-romano de Lucentum, al que pasamos gratis con nuestra demanda de empleo. Comemos en un restaurante del barrio con buena pinta, llamado Jesús, con unas ricas bravas cortadas en finas lonchas y un arroz catastrófico de almejas y gambas, que nos recomienda el camarero, y que resulta ser de chirlas y gambas chinas congeladas, y sin la melosidad anunciada.

Pasamos la tarde en la playa de la Albufereta, una playa pequeña y encajonada, muy agradable con sus palmeras en la arena. Descasamos en sus sombras mientras la dibujo.

Después de un descanso en el hotel, paseamos por la lonja, el Real Club de Regatas y una mole de hierro pintado de blanco vacía e inútil. Negocios y salas de cine vacías, la supernada. Luego unas pintas rubias en la terraza de un irlandés en Doctor Gadea. El camarero está estresado y transmite mal rollo. Nada que ver con la chica de Guayaquil, que hoy tiene cerrado. Seguro que está pintando una acuarela.

viernes, 26 de octubre de 2018

los diarios de campo de pere ferrer




Pere Ferrer i Marset es miembro del Centre d'Estudis de Contestans de Concentaina, de la provincia de Alicante, con quienes ha recorrido y documentado los yacimientos rupestres de la provincia de Alicante, junto al catedrático Mauro S. Hernández Pérez. De aquí surgió el maravilloso catálogo, en colaboración también de Enrique Catalá Ferrer, patrocinado por el Banco de Alicante y la Fundación Banco Exterior de España, titulado Arte Rupestre en Alicante y, que sin duda ha propiciado la exposición Rupestre del Museo Arqueológico de Alicante, de la que ha sido asesor documental.
Son pequeños cuadernos A5 cuadriculados donde dibuja mano alzada los dibujos y pinturas prehistóricos encontrados en cuevas, abrigos y piedras; y está desarrollado cronológicamente como un diario. Son importantes porque algunas de las cuevas fueron descubiertas por el equipo y jamás habían sido copiadas para el resto del mundo. Que se sepa, lleva usándolos desde los años setenta.

Es un perso-naje importante para la arqueología. Entre sus aportaciones está la designación y catalogación del estilo denominado macroesquemático, pintado con las manos, que es propio de la provincia de Alicante.

Como curiosidad, para las elecciones municipales de 2011 se presentó, en una posición solo presencial, en la candidatura municipal del Colectivo 03820, los ciudadanos hartos, al Ayuntamiento de Concentaina. 

Actualmente, pueden verse algunos de sus cuadernos en la expo Rupestre, los primeros santuarios del MARQ, en Alicante capital, y que permanecerá hasta enero del año que viene.

jueves, 25 de octubre de 2018

dibujantes primitivos y los refugios antiaéreos


Desayunamos a lo lisboeta en el quiosco de la Plaza de Calvo Sotelo, otra copia de estilo modernista donde te clavan. Después, subimos hasta la joya de Alicante, el motivo por que estamos aquí: el Museo Arqueológico de Alicante, que ocupa el antiguo Hospital Provincial y llaman MARQ. La estructura en forma de espina del edificio, el concepto educativo y la iluminación centrada en las piezas, hace de éste un museo muy especial, galardonado en 2004. Nosotros tenemos una visita guiada reservada para visitar su gran expo temporal sobre el arte rupestre del Paleolítico Superior y el Neolítico, especialmente en el Levante, donde se han encontrado muchas muestras en cuevas y, especialmente, en abrigos. En la expo, dividida en tres salas, podemos ver los calcos originales que los arqueólogos hicieron directamente sobre los dibujos descubiertos, algunas reproducciones y algunos cuadernos diarios del arqueólogo Pere Ferrer. Una pasada.

Comemos de tapas en el D'Tablas, un bar barato de cañas en que van pasando tapas calientes y coges las que quieres. Luego, te cuentan las tablas en que venían, y pagas. Lo malo es que casi todo son fritos. Lo mejor, los chopitos. Una chica se entusiasma con los dibujos y tengo que posar con su novio y el dibujo con su retrato. Gages del oficio. Me suelo prestar a todo. El dueño nos invita.

Descansamos un poco en el hotel y luego bajamos al centro de interpretación de los refugios antiaéreos que se construyeron en la Guerra Civil, que es un edificio industrial de la época, sala de máquinas, donde hemos hecho una reserva para una visita guiada. Resulta que Alicante fue duramente castigada durante la guerra debido a que aquí se asesinó a José Antonio Primo de Rivera, a que era una ciudad industrial con un gran puerto y con una gran implantación de los sindicatos. La gente huía a Alicante pues la consideraban retaguardia tranquila, pero la verdad es que desde fue continuamente bombardeada, primero atacando su puerto e instalaciones consideradas objetivo de guerra y, más tarde, a la población civil. Ya comenté el bombardeo premeditado (chivateo de quintacolumnistas) en el Mercado Central, donde murieron 300 personas en el momento, y decenas después debido a las heridas. El Ayuntamiento se puso en marcha para la construcción de 92 refugios, hoy documentados, donde su población pasaba la mayoría de las noches. Así se entrenaban nazis y fascistas preparando sus máquinas destructivas para la Segunda Guerra Mundial. Entramos en los refugios de la Plaza Séneca y Plaza Balmis. Es impactante estar ahí abajo en silencio oyendo las sirenas y los bombardeos de la calle. Muy fuerte.

Este episodio terrorífico de la Guerra ha sido silenciado durante mucho tiempo. Ahora la Concejalía de Memoria Histórica y Democrática, ha organizado estas visitas para sacar la verdad a la luz, el pasado que los propios alicantinos han olvidado. El refugio de Séneca se descubrió al desescombrar la plaza al retirar la antigua estación de autobuses. El de Balmis es más pequeño y mejor acabado. Acabamos la visita en el puerto, frente al busto dedicado al capitán galés Archibald Dikson, que se mantuvo en el puerto hasta el final y cargó a 2.638 refugiados republicanos (contra todo viento político y marea de la infamia de nuestro país, dijo una superviviente), que llevó a Orán. Ese mismo año moriría en el Mar del Norte con su barco destrozado por un torpedo de un submarino nazi.

Descansamos en las sillas de la Explanada, junto a jubilados y guiris. Recorremos la zona de bares: Plaza Chapí, Teatro Principal, calle Castaños, San Francisco. Peatonales llenas de mesas. En el Enredo cenamos tortitas de camarones y berenjenas con miel de caña bien ricas. Dibujo a Cristina, a Pablo, a Alba y Joana, camareros y camareras bastante simpáticos que nos invitan a un chupito. Paseamos por la calle Mayor hasta el Ayuntamiento, donde cantan los Gatetemons, vestidos de gatos, para los niños. Volvemos por la ridícula calle de las Setas, llena de niños, y acabamos en el Frenezy, junto a una mesa donde beben vino una austriaca, una norteamericana, una suiza y una inglesa, como en un chiste, que usan un castellano de Doña Croqueta para decir esa frase en desuso estoy en el séptimo cielo.

miércoles, 24 de octubre de 2018

el mercado bombardeado, la playa de san juan y unos quesos curados en el manero


Mientras Beni duerme, paseo por las calles hasta el Mercado Central, modernista, de ladrillo visto y metal. La entrada principal está cerrada y se entra por un extraño edificio circular con cúpula, adosado, donde han puesto una escalera metálica. Arriba está la carne y abajo el pescado y, más adentro, bajo la plaza de las flores, las verduras y hortalizas. En esta última plaza, la del 25 de mayo, hay una placa que recuerda que aquí cayó una bomba fascista que mató a 300 personas en 1938, lanzada desde los aviones italianos que venían de las Baleares. El reloj del  mercado sigue parado a las 11:19, la hora del bombardeo.

Bajo a la Rambla. Algunas tiendas antiguas como la mercería Arenas o la papelería Eutinio. Flipantes los vestidos barrocos de la tienda de indumentaria de Rubén Hernández. En el punto de información tratan de disimular que Alicante no es una ciudad monumental y que los cruceros ya no paran aquí (de lo cual, me alegro). Cuando apunto sus consejos en el cuaderno, parece que quedan sorprendidas y hacen algunas fotos.

Desayuno con Beni en la cafetería Gori. Una mujer da consejos a un nuevo empleado de su empresa. Habla de los falsos, de los trepas y de aquellos en que se puede confiar (me siento feliz de lo lejano que me queda todo esto). Subimos por la calle Castaños al mercado. Paseamos entre peces, que es realmente un espectáculo. El gigante atún abierto mostrando su carne roja bajo una dura capa plateada, los bonitos, las gallinas de un rojo leproso como las herreras, la corba con su fila de ventanas como un avión, la llambuga de brillos amarillos y mandíbula aterradora, sargos, pargos y salmonetes con la boca de susto, el pez volador, que la pescadera nos enseña abriendo sus alas. Nos dice que es morralla, como el pez araña, para los guisos. El reloj parado, dátiles de Túnez, bonito abierto con cañas y seco de Ceuta y Larache.

Bajando la Rambla, vemos el Museo de las Hogueras, con los ninots indultats. No me gusta ese realismo paleto de los antiguos, ni la onda disney de los últimos; pero sí la mayoría de los carteles de las fiestas de San Juan. La Explanada, el edificio Carbonell, la Calle Mayor, la Plaza del Ayuntamiento, donde hoy bailan zumba, y una cerveza en la tranquila Plaza del Puente, en la terraza del Pont, de camarero simpático, donde dibujo las vistas del Benacantil, el castillo y la cara del moro. Alguien ven en las rocas y las sierras siempre un moro (por la nariz aguileña, o por eso que parece un turbante), generalmente tumbado a la siesta. Vemos los pozos de Garrigós, tres cisternas excavadas en la roca en el siglo XIX, en la base del Benacantil, para recoger el agua de la lluvia. Al bajar las escaleras saludamos a la señora que colgaba la ropa y ahora está leyendo un libro.

Cogemos el bus nº2 hacia la playa de San Juan. Hemos comprado una tarjeta con 10 viajes y resulta más cómodo y barato moverse. Todo el mundo está liado con su móvil. Esto me permite dibujar descaradamente a los viajeros. La playa es espectacular, con una ancha franja de arena que se pierde en una curva a la derecha que acaba en un peñón. Apenas si hay gente y se está muy bien. Me baño. Las olas vienen fuertes. Juego un rato con ellas y luego me seco al sol. Una chica juega conmigo y sale cuando yo. Cuando voy a preguntarle dónde están las duchas, se está quitando el biquini. Desisto turbado. Nos bebemos, Beni y yo, una cerveza en una terraza con un bocadillo de jamón ibérico que nos hicimos en el mercado. Los guiris beben sangría. Más que turistas, parece que viven aquí. Algunos hablan castellano. No hay duchas por el vandalismo, me dicen, solo te puedes lavar los pies.

Volvemos en el 22. Un adolescente francés, que no para de arreglarse el pelo, le hace una foto a su dibujo. Dibujo después el quiosco del Soho, en el Portal de Elche y, más tarde, cenamos unos quesos en el Manero, un bar delicatessen bonito, agradable, caro y lleno de camareros perfectamente uniformados en el número 7 de la calle Doctor Manero Mollá; pero que merecerá la pena si son quesos desconocidos y puedo dibujarlo sin prisas. Nos ponen La Peral de Asturias, Stilton, inglés, uno que he olvidado y soy incapaz de descifrar en mi cuaderno, y un Mahón de 24 meses. Con un vino monastrell Las Quebradas, D.O. Alicante, muy rico. Entre bocado y bocado me pinto a unos cuantos camareros (Alfonso, Mane, Paco Eugenia y Pedro) y a muchos clientes pijos. Los de la mesa de al lado, Teresa y su novio el arquitecto Carlos, se asoman y me dicen que tengo que publicar un blablablá colegio de arquitecblablá. Cuando ya queda poco vino y queso que nos soporte, empiezan a presionar, pero tenemos que amortizar el pastón del vino y los quesos, y aguantamos un poco más.

Acabamos la noche en la terraza del Orient Express, en Doctor Gadea, charlando con su simpática camarera de Guayaquil, que gusta de dibujar acuarelas pero no acaba de encontrar el papel ideal y me dice que puedo comprar un cuaderno barato, se me está acabando, en un Tiger que hay en la Plaza de los Luceros, sí esa de la fuente de los caballos como ninots. Yo le recomiendo que dibuje todos los días algo, que lleve un cuaderno pequeño que no le dé pereza sacar. Con la práctica aprenderás, y cada vez serás más rápida y te gustará más lo que haces, le comento como un viejo maestro a su pequeño saltamontes.

martes, 23 de octubre de 2018

a alicante


Maru nos acerca a la abandonada estación de Almagro, donde sólo han dejado una máquina para sacar los billetes. Una pareja de jubilados espera en el andén. Hacen comentarios sobre los aguaceros que ahora inundan el Levante, los impredecibles días que nos esperan.

Nos entretenemos mirando la ventana, por donde pasan los paisajes al revés, hasta que en Alcázar nos dan la vuelta. Paramos en todos los pueblos de más de 5000 habitantes. Viejas locomotoras en Alcázar, los molinos de Campo de Criptana, viñas y bodegas, el castillo de Chinchilla y el de Almansa, el teatro Chapí de Villena, huertas, frutales, llanos verdes rodeados de colinas, algunas casas excavadas en ellas.

Después de tres horas y media, llegamos a la estación de Alicante, cuyo hall parece una vieja nave industrial. En la calle ya empezamos a ver grandes ficus, como en todas las ciudades mediterráneas. Maissonave, la avenida de las grandes tiendas, las mismas tiendas de ropa que hay en el resto de ciudades de España. Se agradece encontrar en esta avenida una tienda local de telas como la de Julián López, empresa fundada en el 53, con una altísima columna de piezas de telas en el escaparate.

En la comida, probamos la borreta alicantina al lado del hotel. Es lo que llamamos un ajo de patatas con bacalao. También lleva acelgas y un huevo escalfado. En el Dhammas, está muy rico.

Bajamos al Parque Canalejas. Entramos entre dos leones repintados traídos de una finca donada a la República. Es un parque de grandes ficus elastica centenarios. Bajo uno de ellos, hay un mapa de la península en relieve, de cemento, rodeado de agua de verdad. Acaba en la Plaza de Canalejas, con una escultura al ministro asesinado del escultor Vicente Bañuls  e inaugurada en 1914. En la terraza de una heladería dibujo la estatua, en que tiene más importancia un hombre sentado en una roca sujeta por niños, que el propio Canalejas.

La Explanada es un paseo entre palmeras, cuatro filas, que recordamos todos de las postales enviadas desde Alicante por su piso de ondas de teselas de mármol haciendo bandas de colores rojo alicante, negro azulado y marfil, diseño basado el la Plaza del Rossio de Lisboa. Es un paseo agradable junto al puerto deportivo con sillas adosadas de dos en dos para descansar y ver pasar a la gente, una concha como templete de música y un mercadillo de baratijas artísticas que llaman de los hippies. A la izquierda está lleno de terrazas para guiris, con menús de paella y pasta, que terminan en el edificio Carbonell. Parece que se construyó por un pique entre ricos.

El edificio del Ayuntamiento es simétrico, con dos torres a ambos lados, una con reloj. Lo que más llama la atención es el gran espacio entre plantas que se ve en la fachada, donde solo hay un escudo. En la plaza porticada hay un escenario donde siempre pasan cosas. Desde aquí se ve la peña de Benacantil, sobre la que se ven una murallas extensas pero bajas, un castillo horizontal: Santa Bárbara. Cogemos Jorge Juan hasta la playa de Postiguet. 

En un tunel excavado en la roca cogemos el ascensor al Castillo de Santa Bárbara, que es gratis de bajada, y allí disfrutamos de las maravillosas vistas de la ciudad. Al Norte: el antiguo Hospital Provincial de Alicante, donde ahora está el MARQ, y la playa de San Juan, al Oeste: el sol se filtra entre las nubes y las colinas que rodean la ciudad, al Sur: el casco viejo, el puerto, el centro de la ciudad, y al Este: el mar Mediterráneo. Las gaviotas se posan descaradamente en las almenas. Todo el mundo hace fotos inútiles. Yo dibujo para descansar. De las exposiciones, lo que más me gusta es un gran mural con las pequeñas piezas de cerámica de distintas épocas encontradas en el castillo. 

Bajamos serpenteando por un camino comido a la peña hasta el parque escalonado de la Ereta, en la base. Jardines, el Museo del Agua, escaleras empinadas que pasan por las terrazas de los bloques de pisos. Las señoras colgando la ropa saludan a los turistas que bajan. El casco viejo: los palacios de la burguesía, las iglesias (San Nicolás, Santa María), los conventos, la calle Mayor llena de terrazas hasta la Rambla, justo al Portal de Elche, una pequeña plaza con cuatro enormes ficus y un quiosco al estilo modernista en el centro. Tomamos una cerveza en la terraza del Borgones. Hace un tiempo magnífico y en las terrazas se está en la gloria. Cenamos en un doner con muy buena pinta en la avenida Doctor Gadea, rodeados de retratos de sultanes turcos.