Llegó la hora Venezuela. La derecha, conducida por sectores como Voluntad Popular y Primero Justicia, cortó todo diálogo -ya no reconoce al Vaticano como intermediario- y sostiene cómo única solución posible la realización de elecciones generales adelantadas. Ha llamado abiertamente a la rebelión civil y denunciado la convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente como ilegal. No participará, hará lo posible para impedir su realización, y profundizará en el conflicto callejero.
Ese es el discurso para los medios de comunicación nacionales e internacionales, la direccionalidad pública del escenario que pusieron en marcha a principios de abril. Es la superficie, donde están en una suerte de “épica por la libertad”, de la cual su base social movilizada está absolutamente convencida. Son más de 50 días de frontalidad, donde no han crecido en cantidad, pero han logrado sostener una conflictividad de gran impacto -impensable sin el sobredimensionamiento hecho a través del andamiaje comunicacional-.
Lo peligroso, sin embargo, está en las sombras que emergen con furia: está en marcha un plan insurreccional conducido en las calles por el paramilitarismo, que ya golpeó en aproximadamente diez ciudades del país. Las imágenes y testimonios están ahí, se trata de incendio de hospitales, instituciones públicas, locales de partidos chavistas, saqueos y destrozos de centros de ciudades -Socopó-, intento de control territorial armado prolongado de algunas zonas -San Antonio de Los Altos-, ataques a cuarteles militares y de policía -siete en un solo día en Barinas-, asesinatos de dirigentes chavistas, toques de queda -San Cristóbal-, amenazas a comerciantes y transportistas -Los Teques-, intento de cortar el suministro de alimentos a Caracas. Son formaciones paramilitares que no se identifican y se mueven por el territorio con el objetivo de instalar jornadas de asedio y terror en puntos claves del país.
Es una operación de guerra preparada durante años. Allí está el plan real de la derecha que se propone sostener un nivel cada vez más agudo en las formas de violencia con varios fines. Uno: elevar la confrontación civil a puntos tales como el de linchar e incendiar en plena calle a un joven por ser sospechoso de chavista. Dos: desencadenar enfrentamientos armados civiles. Tres: asediar Caracas. Cuatro: controlar, en los hechos y cómo símbolo, porciones de territorio. Cinco: empujar el país al caos. Seis: lograr la intervención extranjera descubierta -la encubierta ya está en marcha-.
No existe, en estos momentos, llamados capaces de desandar esa agenda. Los Estados Unidos dieron luz verde y el gobierno colombiano -retaguardia del paramilitarismo- mueve sus piezas en función de esa estrategia. El bloque enemigo no se ha resquebrajado: partidos de derecha, ganaderos, grandes empresarios, episcopado, y ha sumado elementos claves, como la Fiscal General, nueva figura de la avanzada golpista. Es ahora o nunca, ellos mismos lo dicen. Llegó la hora Venezuela.
Marco Teruggi, desde Caracas. kaosenlared
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