La vida transcurre con normalidad hasta que la señora se siente observada y se pone nerviosa. Vaya, hoy toca que me dibujen, dice para sí y para que yo la oiga. Se coloca el pelo. El camarero se coloca justo en el hueco. Las palabras circulan por el aire, pero no soy capaz de dibujarlas. La señora se levanta y mira el cuaderno. Se queja de esa línea que le parece un bigote. Yo cojo una servilleta y la mojo en café para hacer algo parecido a las sombras.
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