Hoy sabemos que la corrupción mata. Que la cuenta en Suiza, el desvío de fondos, la apropiación de lo público, la mordida concursal, la financiación ilegal del partido y la impunidad en sociedades tejidas por el clientelismo no provocan tan solo enriquecimientos personales obscenos y un desgaste institucional bien dañino. Provocan también muertos, víctimas de los recortes, el abandono y la rapiña, que afectan a los sistemas de protección, seguridad, infraestructura y bienestar social. El silencio es el ecosistema ideal para que se fortalezcan estos desmanes. La justicia es la otra pata coja del asunto.
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