Bajo por el camino de Los Huertos. La pila comunal ha quedado para la bebienda de los borregos que han destruido y erosionado todos los alrededores, incluido todo lo que de las higueras está fuera de la valla. Aquí hubo un baño de mujeres municipal, ahora solo queda el pilón y la alberca contigua. El primer huerto sigue hermoso y en uso. Higueras, frutales, almendros, olivos y un nogal orgulloso que se levanta sobre todos. Los demás huertos están abandonados.
Sigo el curso del arroyo entre encinas, almendros y algún sauce. Me impresiona un sauce caído del que han salido ramas nuevas verticales. Del huerto de la Salvadora sólo queda el pozo y la casilla, con la tapia del corral caída (cuentan que tenía gallinas) y un almendro que ha brotado entre las piedras. La casilla está abierta, alguien ha roto la cerradura de una patada. Paso a la casa, que se ve en uso y mantenida. Dos estancias. Rollizos en el techo sujetando carrizo en la principal y madera en la alcoba. Una chimenea y, al lado, un taburete alargado y bajo como un poyo sobre el que han puesto una vieja esponja para descansar. Hoces y sogas colgadas de la pared y botellas de agua en el suelo. Varias salmanquesas se pasean por las paredes.
Salgo enseguida para que no piensen que robo, me siento en una gran piedra del cercado hundido y dibujo la pequeña depresión con verdes y grises árboles y retamas en los pliegues entre colinas amarillas de hierba seca. El curso verde que el agua deja tiene el erotismo del vello en nuestros pliegues. Nubes como platillos volantes. Decido seguir el curso del arroyo, unas veces seco y otras con agua, saltando alambradas. El cauce seco está alfombrado de lana. Cada paso supone que un montón de ranas se tiren al agua de cabeza. Bandadas de perdices y codornices se espantan con mi presencia y salen en estampida, unas corriendo, otras volando, en un sólo sentido. Al llegar a la curva de la cueva, la zona más húmeda y verde, me quedo paralizado ante un hermoso ciervo bareto de grandes orejas y una horquilla de cornamenta. Está distraído comiendo. Saco mi cuaderno y lo primero que encuentro para dibujar, pero está medio tapado. Estoy impresionado ante un animal tan bonito a unos cinco metros. De golpe, levanta la cabeza, da unos pasos y se me queda mirando fijamente con el cuerpo de perfil y la cara de frente. Apenas si me muevo. Se queda un rato, logro dibujarlo.Cuando salta, un zorro amarillento, con las orejas de punta y el rabo largo y ancho, sale corriendo de los juncos.
A esta zona del arroyo bajaba la madre de la Antonia, en la Guerra, cuando era niña, a lavar la ropa. Un día se acercó un muchacho vestido de militar preguntando por el camino de El Hoyo.
-Por aquí mismo se va.
-Qué gusto da ver comer a la niña el cacho pan y la patatera.
-¿Quiere algo de comer?
-Con el pan me apaño señora, que llevo varios días sin probar.
-Pues cómete todo que la niña ya comerá en casa.
La Antonia no entendió que le quitase su almuerzo para dárselo a un desconocido. Con el tiempo, sí.
No quiero pasar a la cueva. Ya pasé otro día y está infectada de mosquitos. Me sale un buho levantando el vuelo con más de un metro de envergadura. Jodé como estamos hoy de fauna. Y eso sin contar saltamontes y mariposas, que hay por un tubo.
Después de un trozo seco, más agua. El puente y las tuberías del pantano. Las piedras gigantes de Lituero o del Hituero, donde mucha gente se iba para el hornazo. Subo campo a través hasta el camino que baja otra vez a Los Huertos. Y otra vez para arriba, y en casa.
Me encantan los animalicos. Tienen algo entre japonés e ilustración de cuento antiguo.
ResponderEliminarYa he visto que te lo pasaste bien en Pamplona, peor hubo demasiados pintxos. La próxima vez, comida casera.
Ya he visto algún dibujo de Lisboa, espero que saques más.
ResponderEliminarEntre pintxo y pintxo, un guisote no habría estado mal. En la próxima será.
tranquilo y bonito pueblo tienes. Seguro que me hubieras guiado a la parte "fuerte" que no supe encontrar.