miércoles, 10 de agosto de 2011

Sueño

Llego a una extraña residencia en una especie de abadía. Les cuento a mis padres cómo entré la primera vez: No había nadie en recepción y fui adentrándome en las estancias de piedra hasta un claustro donde paseaban unas monjas. Mi padre tiene la línea del bigote demasiado poblada, más gruesa. Les cuento que es un colegio de ricos en decadencia y por eso es tan barato. La fachada está ruinosa.
El dueño es un rico ganadero aburrido que me enseña su finca con desgana, como si lo hubiera hecho muchas veces y ésta es una más. Saca mecánicamente las copas, es imposible pasar de la sonrisa leve en las conversaciones más graciosas.
El servicio parece tener instrucciones precisas de ser agradable para salvar el negocio. Me visitan a la cama y bromeamos. Una chica, más descarada, baila girando sobre sí misma y bajándose un poco el peto hasta enseñarme las tetas fugazmente, al revuelo. Yo hablo como la gente del campo de Bolaños, como los más bastos. Para ellas, acostumbradas a tratar con niños de papá, soy una curiosidad. Quizás les recuerde sus orígenes y les infunda ternura, cariño. Se ríen como de un animal raro, indefenso. Me traen comida a la cama, se divierten.
Otro alumno está asombrado del trato que me dan y quisiera saber cómo lo consigo. Le miento diciéndole que sólo hay que echarle jeta.
Dicho y hecho. Veo que ya se ha ganado al apagado dueño y se han ido a un pub a tomarse un extraño mejunje que se sirve en un capazo de cuero. El capazo se agita y, en el momento de máximo movimiento, se sorbe el líquido con una paja y de una sola vez como un chupito.
Creo haber encontrado la felicidad en este sitio, pero me acuerdo de que he venido a estudiar y ninguna de ellas (que tanto me recuerdan a las camareras del Ramiro, de Los Santos de Maimona, la Ino, la Espe) podrá hacerlo por mí.

Sé que este sueño tiene mucho que ver con la imagen de la cabecera y con el internado del Ramiro de Maeztu.

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