martes, 23 de agosto de 2011

21may09 hué-danang




 Desayunamos con un montón de franceses con la Lonely Planet. Paseando hacia la estación me acerco a una barcaza-vivienda a dibujarla. Los hijos salen de ella y se acercan a ver el dibujo. Se ríen cuando dibujo a uno de ellos subido a la barca. Llegan los padres, se suben y se internan en el río.
Un chaval tira una piedra con un tirachinas, sale corriendo y vuelve enseñando a Beni el pájaro muerto.
 Esto es la despedida de esta ciudad fácil que vive alrededor del río. En la orilla hay muchos quioscos donde hacerse fotos junto a elefantes, caballos dorados o la Torre Eiffel. Aquí la gente pide fuego por la calle, no hay mecheros en las mesas de los bares. Los jardines tienen estanques y piedras, junto a plantas y árboles, en busca de una armonía que genera paz y tranquilidad. Los puentes en zig zag, las piedras blancas sobre el campo verde, los árboles sagrados, el dragón dormido en Halong.
Andén 1. El vagón 8 tiene ventiladores y aire acondicionado, compramos barritas de maní con azúcar. Dos abuelos en pijama entran delante de nosotros. Ella lleva el típico cono (Món Lá) en la cabeza. La gente se descalza y se pone cómoda. Nos traen una bandeja de comida y una botella de agua. Sopa de pollo con berejenas y cerdo y alcachofas con arroz. Muy bien.
El tren chirría subiendo costosamente en la orilla del mar por túneles excavados en la roca rosada. La gente tiene una agilidad extraordinaria, cogen posturas difíciles sin quebrarse, viéndose más dedos de pies que de manos.
Desde la ventana vemos la selva y chozas improvisadas entre el verde refulgente. Al fondo, una cala de arena amarilla. Dibujo a los viajeros y a una de las revisoras, concentradas alrededor, que hace cosquillas en el pie a Hung.
En Danang, un taxi nos lleva al Museo de Escultura Champa (que conocímos en India), cuyo director es un auténtico erudito. Pueden verse trabajos muy delicados y algunos graciosos como las representaciones del mono.
Elegimos un hotel en la playa con un nombre sospechoso: Romance. Es nuestra hora favorita y la playa está llena de vietnamitas. Pillamos dos hamacas con mesita y fresquera con cocacolas y cervezas de lata. Esta es la playa de My Khe, donde los soldados americanos hacían surf en su agua picada de invierno y otoño.
Nos bañamos en medio del gentío. Somos los únicos turistas y damos el cantazo. Las mujeres se bañan vestidas. Somos felices con la brisa, sentados mirando a las familias disfrutar un lunes.
Nos hacen un plato caliente, picante y riquísimo de pasta con ajo. Cogen cosas de allí y allá y me lo montan en un pispás. Estamos tan bien, que alargaremos la estancia.
Nos duchamos en el hotel y descansamos. Luego, damos otra vuelta por la playa llena de quioscos. Las mujeres van con sus pequeños vendiendo comida. Siempre las mujeres sacándonos adelante.
Como el turismo es local, esto es muy barato. No debe estar en las rutas de las agencias. Finalmente, nos tomamos unas cervezas La Rue con unos rollitos y un pez a la brasa con una salsa deliciosa. ¡Esto es demasiado!

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