Cuando vuelvo ya están desayunando. Alfonso se fue andando a Los Genoveses. Vuelve con el pan y la promesa de un vino.
Nos vamos a Los Escullos, esas rocas blancas esculpidas por el agua y el viento. A veces milhojas y otras colmenas. Toña y Enrique se quedan dibujando. Alfonso se ausentó en el bar, Upe y Kiko están en la playa. El resto visitamos el castillo de San Felipe, la terraza del Chaman y el resto de escullos hasta casi El Embarcadero. El viento apreta. Me escondo en un hueco y dibujo.
Luego: cañas, tapas, un gato con ganas de comer, ensalada y chuletas, el vino prometido y vuelta a la calma. Ese momento perezoso en que el sol entra por la ventana, cada uno hace sus cosas en silencio y en el aire se oyen las páginas de un periódico pasar y las voces de los críos que, lejos, juegan al fútbol.
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