Hacen días ventosos y nublos, y yo me estoy resfriando. Me duele la cabeza por las partes de la nariz y el cerebro. Decidimos alejarnos de este viento de levante y meternos tierra adentro.
Mar de plástico atravesando la Serreta. Níjar por la calle de la cerámica. Compramos tiestos de barro muy baratos para poner trozos de plantas carnosas, de estas lunáticas y marcianas, y llevarnos al patio del pueblo.
Paseo por el casco viejo. La plaza del mercado ahora convertido en un edificio inútil de interpretación de algo del agua. Vacío. Los dos legendarios olmos aún vivos. Impresionantes. Calles estrechas en cuesta con arcos que las atraviesan, las casas blancas y mogollón de macetas por todas partes. La Tienda de los Milagros, la artesanía más creativa, cerrada. Un viejo legionario. La iglesia mudéjar con su artesonado de madera en el techo y esos viejos bancos con los reposabrazos tallados en forma de guarrillo trotón.
Parada al albergo del aire en la terraza del bar restaurante La Glorieta. Solecito y gloria. Cuaderno. Dibujo a esa mujer que un día, comiendo macarrones, le dijo a su marido basta, y ahora vive con su madre, a la que tiene que hacerle lantajah (aquí se habla con la boca abierta, como para decir a). Un rato a gusto cogiendo el sol y observando.
Vamos a comer a Huebro. Subida espeluznante. Curvas y curvas en semicarretera estrecha mirando el barranco, la rambla-valle de Huebro. Es la sierra Alhamilla y, arriba, un pueblecito encantador, solitario, donde sólo se oyen los pájaros y el agua correr. Paramos frente a Enriqueta, que es la señora que pone las comidas, pero está cerrado. La iglesia encalada, menos la torre de ladrillo cuya silueta se levanta sobre los últimos riscos. Olmos centenarios y vistas espectaculares de toda la rambla llena de huertas con álamos, almendros (con sus almendrucos verdes), higueras y algún pino o algarrobo. Todo verde como un oasis en medio de estos cerros pelados y rojizos.
Un poco más abajo la gran alberca que recoge el agua del manantial, que cae en cascada al pilón para lavar la ropa y luego a las huertas. Un vergel árabe, una auténtica delicia, el paraíso del Corán.
Un pastor de cabras (dibujo), nos cuenta que Enriqueta está en el mercado de Níjar.
-Tendremos que comer en Níjar.
-Allí hay muchos restaurantes. También podéis hacer lo que se hace en Semana Santa: ayunar.
El hombre va con su bombona de leche a la espalda para hacer un poco queso. Le gusta mi zurrón. Le hace propaganda. Yo le cuento los defectos, antes de que acabe dándoselo.
Nos sentamos en la plaza. Beni lee y yo me hago unos dibujillos. Dos guiris cansados almuerzan.
Se acerca otra vez el pastor.
-Habéis decidido ahorraros los cuarenta euros, dice.
No hemos decidido, nos hemos dejado llevar. Como dice Jorge, aquí hay muchos personajes que se han dejado llevar. Escultores que no esculpen. pintores que no pintan...
Bajamos a La Isleta a pagarle al dueño de La Ola. Cervezas sin alcohol con guiso de calamares, pescado con tomate frito y pulpo a la vinagreta. Este sitio tiene tapas buenas, y unas vistas formidables. Terminamos en casa merendando un guiso de patatas con pescados raros que compré en el mercado.
-Son los peces que entran en la red y sólo valen para guisar, me cuenta el pescadero, por eso son baratos. Ese tan feo y agresivo se llama araña.
La cosa es que este guiso está de rechupete y me sienta de maravilla, y me apetece tan calentito para mi cuerpo tomado por el resfriado.
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