Occidente derrama hoy lágrimas de cocodrilo por la violación de la soberanía de Ucrania por parte de un gobierno de orientación occidental y el bombardeo de su población civil. Pero no tuvo en cuenta esa soberanía cuando, como parte de una estrategia más amplia, cooperó para derrocar al gobierno prorruso de Yanukovych y así separar al país de la órbita geopolítica del capitalismo ruso. En efecto, el objetivo fundamental y el punto de convergencia de la intervención occidental en Ucrania en 2014 (a pesar de los diferentes intereses de los Estados Unidos y la Unión Europea en general, así como de una Alemania cada vez más independiente en particular) fue evitar el establecimiento de un bloque de poder capaz a largo plazo de competir con las potencias atlánticas. Esto representó una amenaza latente que podría haber frenado las ambiciones de Occidente en el espacio postsoviético y, algo que preocupaba especialmente al liderazgo en Washington, podría haber abierto la posibilidad de una alianza económica y política alternativa en la parte oriental de la Unión Europea. Así, los planes imperialistas rusos para la construcción de dicho bloque en el espacio postsoviético fueron saboteados a través del colapso del gobierno ucraniano, el estallido de una guerra civil y la formación de batallones abiertamente neonazis que han aterrorizado la región de Donbass en últimos años con el apoyo tácito de la élite europea y el silencio de los medios occidentales.
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