Es decir que el remate del agua fría, sobre todo tras el contraste con el agua caliente que previamente puede haber relajado nuestros músculos, hace que nuestro sistema endocrino genere las hormonas del estrés pero sin la causa psicológica que lo provoca: el resultado es que nos mantendrán más activos y despiertos tanto física como cerebralmente.
Adicionalmente, es aconsejable tomar la ducha fría tras pasar por el agua caliente para relajar primero el músculo y evitar así contracturas y posibles lesiones al estar los tendones en frío si hacemos algún movimiento brusco o un esfuerzo.
Por otro lado, si usamos el sistema adecuadamente, es que forzamos el cuerpo a generar calor para contrarrestar el frío superficial, de modo que el metabolismo se acelera bastante, con lo que aumenta el consumo energético. La circulación se acelera para llevar la sangre caliente a los músculos y órganos que se hayan enfriado y cuyos receptores nerviosos así lo piden. Este aumento del metabolismo para generar calor se hace quemando la llamada grasa parda, que precisamente almacenamos para poder regular nuestra temperatura.
Por lo tanto, las duchas frías sí inciden en la quema de dicha grasa y en consecuencia ayudan de alguna manera a adelgazarnos. Otra cosa es que aumenten la proporción de grasa parda de nuestras reservas, es decir que fuercen la grasa blanca a convertirse en parda para ser quemada, aumentando así la eficiencia del método como adelgazante. Esto se debe a que al acelerar la circulación sanguínea para llevarle calor también acelera el suministro de aminoácidos. No obstante, no se ha podido demostrar que mejore el desarrollo del músculo respecto a la ausencia de tratamiento. Es decir que aunque recupera mejor el músculo lesionado o cansado, no lo hace crecer.
Lo que sí parece demostrado, al menos así lo apoya un estudio realizado por un equipo de científicos holandeses y publicado en 2016 en la revista científica Plos One, es que aplicarse una ducha fría, o rematar con una ducha fría durante un mínimo de 30 segundos, mejora nuestro sistema inmunitario, al menos de modo preventivo.
Los científicos sometieron a un grupo de 3.018 individuos de entre 18 y 65 años de ambos sexos a diversos tratamientos: un grupo tomó cada mañana a lo largo de 2015 una ducha de 30 segundos; un segundo grupo otra de 60 segundos, un tercero de 90 segundos y finalmente el resto de personas no tomaron duchas frías.
La primera conclusión del estudio, en el que se siguió la evolución de la cohorte estudiada durante ese año, es que aquellas y aquellos que tomaron ducha fría redujeron en un 29% su absentismo laboral por causa de enfermedades, frente al grupo que no tomó duchas.
La otra conclusión fue que no había diferencias entre tomar duchas de 30, 60 o 90 segundos, con lo que no hace falta que nos mortifiquemos: con 30 segundos hay de sobra.
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